Alexander
Llegamos al hospital psiquiátrico a toda prisa. Apenas bajé del coche, mi hermana y Bianca venían detrás de mí. El aire era denso, impregnado de tensión, y yo me sentía completamente absorto en mis pensamientos, sin saber cómo enfrentar la situación. ¿Cómo llegó mi madre al punto de cortarse las venas? ¿Qué la llevó a ese extremo?
Al ingresar al edificio, busqué a la encargada.
—¿Dónde está la señora Benedetti? —pregunté, mi voz cargada de ansiedad.
—Está en la sala de terapia, señor.
—¿Por qué hicieron eso? ¿Por qué la encerraron? Estoy pagando para que reciba el mejor servicio. ¿Acaso eso no era suficiente?
—Sí, señor, pero su madre estaba descontrolada.
Solté un suspiro, tratando de mantener la calma. A mi lado, Alexandra empezó a llorar. Tomé su mano mientras Bianca le frotaba la espalda con ternura.
—Tranquila, cariño. Mamá estará bien.
Miré a Bianca con el corazón encogido.
—Lo siento. Se arruinó nuestro domingo.
—No te preocupes, Alexander. Sé que esto es importante.