Bianca.
Alexander no esperó más. Se inclinó hacia mí y dejó que su lengua rozara mi sexo. Sentí que flotaba, como si el tiempo se detuviera. Llevé una mano a mis pechos, masajeándolos mientras gemía suavemente. Mi cuerpo entero temblaba, las piernas me fallaban. Hundí mis dedos en su cabello, acariciando cada mechón mientras las oleadas de placer me envolvían, su lengua era mágica, me hacía ver estrellas.
Se levantó y, con una sonrisa traviesa, terminó de quitarme la blusa. Mordí mi labio al ver su deseo desbordante, su pene completamente erecto, listo para adentrarse en mí, la punta esta inchada y exquisita. Sin querer lastimarme, Alexander entró en mi interior con suavidad. Solté una risita involuntaria cuando sentí un cosquilleo en el vientre. Mi bebé, como siempre, se hacía notar ante cualquier cambio en mi cuerpo.
—Parece que nuestro hijo sabe que su padre está en acción —bromeó Alexander, sonriendo.
Reí, y luego lo atraje hacia mí para besarlo con desesperación. Nuestras leng