Bianca
Abrí los ojos lentamente, sintiendo una cálida y extraña sensación en mi vientre. Las grandes manos de Alexander rodeaban mi cintura, mientras un cosquilleo familiar se extendía por mi piel. Lo observé un instante; estaba profundamente dormido, su rostro relajado y perfecto. Con cuidado, intenté levantarme de su lado, pero su mano firme me detuvo.
—¿Chaparrita, a dónde crees que vas? —preguntó con una voz ronca que me erizó la piel.
—Quiero ducharme, debo irme —respondí con suavidad, intentando ignorar cómo sus ojos, todavía medio cerrados, brillaban al mirarme.
Él asintió, incorporándose con una gracia que contrastaba con su complexión fuerte. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso más, me sujetó de la cintura y me levantó con facilidad.
—Iremos a ducharnos juntos —declaró con una sonrisa traviesa, mostrando sus perfectos hoyuelos—. Me gusta probar el postre antes del desayuno.
Sus palabras me dejaron sin aliento. Observé el tatuaje en su cuello, un diseño intrinca