Capitulo 2

Aun así, me detuve a esperar, no quería adelantarme a una idea errónea, la luz era amarillenta y conforme se acercaba, vi que pertenecía al faro frontal de un viejo vagón de tren, un armatoste metálico que parecía haber sido sacado de otra época.

Su chapa se veía gastada, con manchas de óxido, y los vagones que arrastraba tenían un aspecto ajado, como si hubieran sobrevivido a varias décadas de uso sin mayor mantenimiento.

Las ruedas chirriaron contra los rieles y una ráfaga de viento frío me azotó el rostro cuando la máquina se detuvo con un frenazo.

Allí estaba, y yo me quedé inmóvil, aturdido, sintiendo en el pecho la vibración de aquella llegada inesperada pero fortuita.

Las puertas metálicas se abrieron con un quejido y un tenue haz de luz interior se derramó sobre el andén ya vacío.

Parpadeé de nuevo, asombrado por la escena, no alcancé a divisar a ningún maquinista o personal de servicio, era como si el tren hubiese llegado solo, sin conductor, con una puntualidad imposible, las doce de la medianoche.

―Sube ―me dije, sintiendo un impulso irracional que me empujaba a hacerlo.

Avancé con cautela, sintiendo cómo la brisa nocturna se filtraba por la entrada del vagón, el aire dentro del tren era denso, con un olor a humedad y metal viejo, un contraste marcado con la modernidad de los trenes a los que estaba acostumbrado.

El suelo crujió ligeramente bajo mis botas cuando di los primeros pasos por el pasillo, las luces del vagón titilaban con un color amarillento, evocando bombillas viejas, me recordó mucho a las películas de principios de los 2000, donde los vagones parecían latas de sardinas con ruedas sobre rieles.

Avancé pasillo adentro, movido en parte por la curiosidad y en parte por la necesidad de encontrar un asiento donde calmar mi confusión, las banquetas se veían viejas y algo descoloridas, aunque cuidadosamente alineadas, el vagón estaba prácticamente desierto.

O tal vez eso pensé, me había equivocado y había escogido el vagón trasero, donde casi nadie se sienta.

El traqueteo del tren se convirtió en un arrullo extraño en cuanto este empezó a moverse de nuevo, me sujeté de un pasamanos para no perder el equilibrio, sorprendido de que el tren arrancase tan pronto, sin siquiera un aviso sonoro.

“Aquí pasa algo muy raro”

Me repetí internamente, pero no lograba descifrar el qué. Eché un vistazo hacia la parte trasera del vagón… y entonces lo vi.

Sentado, casi oculto por la penumbra, un anciano me observaba con una expresión inescrutable. Tenía la espalda muy recta y vestía un abrigo largo, color gris oscuro, con un sombrero de ala corta apoyado en su regazo.

Sus ojos, oscuros, parecían hundidos en cuencas profundas, como si hubiese vivido demasiados inviernos, me clavó la mirada y sus labios dibujaron una media sonrisa, casi imperceptible.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. ¿Lo conocía de antes? no me sonaba su rostro, pero sentí que había algo familiar en él, algo que no podía explicar.

Me sentí incómodo, así que aparté la vista y seguí avanzando por el pasillo en dirección a la parte delantera del vagón, buscando un asiento donde acomodarme a solas, aunque, a decir verdad, todo el tren lucía muy vacío.

Me detuve junto a una ventanilla empañada y con la manga de mi abrigo limpié un poco el cristal para mirar afuera.

Lo que vi no me dio respuestas, la negrura de la noche, salpicada por la débil iluminación de los postes y la neblina que se movía errática, sin embargo, el tren cobraba velocidad y el traqueteo se hacía más fuerte.

Elegí un asiento junto a esa ventana, en uno de los pocos lugares donde la luz del techo no parpadeaba.

Suspiré profundamente, sintiendo que mis hombros caían con un cansancio que no era solo físico, me quité los guantes y los guardé en uno de los bolsillos de mi abrigo, tratando de entrar en calor frotando mis manos la una a la otra.

―¿Qué hago aquí? ―me pregunté en voz baja―. ¿Debería bajarme en la siguiente estación y buscar un taxi mejor?

Pero esa pregunta no tenía una respuesta inmediata, sobre todo porque algo dentro de mí deseaba averiguar más acerca de a donde iba este tren.

Las circunstancias eran demasiado extrañas, un vagón viejo, apareciendo sin anunciarse en los paneles, y apenas con unos pocos pasajeros.

Apoyé la cabeza contra el respaldo, sintiendo que la tela del asiento rascaba mi nuca. Traté de recordar si alguien me había hablado alguna vez de un tren que circulara a medianoche sin registro oficial, nada venía a mi mente, salvo una vaga sensación de deja vu que me incomodó, como si estuviera olvidando algo importante.

Unos minutos después, paramos en otra estación, allí me calme un poco, entendí que este tren seguía funcionando tal cual, haría una parada por más pasajeros, entonces escuché un leve crujido de pasos sobre el metal.

Giré la vista y vi a una mujer joven caminando por el pasillo en mi dirección.

Llevaba un abrigo largo, de color oscuro, y un gorro que apenas dejaba escapar un mechón de cabello castaño claro, sus ojos verdes relucieron un instante bajo la luz parpadeante mientras yo la observaba.

Cuando se acercó lo suficiente, noté que me miraba con cierto interés, pero a la vez con una especie de timidez, nuestras miradas se cruzaron por un segundo que sentí más largo de lo normal, y, en ese pequeño lapso, experimenté una extraña punzada de reconocimiento, como si esa mujer perteneciera a algún recuerdo que no lograba ubicar con claridad.

Ella se sentó a unos asientos de distancia, en la misma hilera, pero del otro lado del pasillo.

Desde allí, su perfil quedaba iluminado a medias por las bombillas, parecía absorta en sus pensamientos, como si el simple hecho de existir la pusiera triste, reconocí en su expresión algo de la melancolía que yo mismo arrastraba desde días atrás.

―No voy a molestarla ―pensé, respetando lo que parecía su necesidad de espacio.

Sin embargo, no pude evitar que mi mente se preguntara quién era ella y a donde viajaba, era tonto hacerme esa pregunta, pues yo hacía lo mismo aun así esa no era mi duda, pero solo tenia un deseo de hablarle, ya sabes, luego de mucho tiempo aislado cualquier rostro lindo se te hace apetecible para hablarle

Me crucé de brazos, sentía un leve hormigueo en el pecho, una curiosidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.

Dejé que mi mirada se deslizara hacia la ventanilla de nuevo, tratando de controlar mi impulsividad, porque, si de algo estaba seguro, era de que mi vida se había vuelto demasiado oscura tras el divorcio.

Había construido un muro a mi alrededor para protegerme de sentimientos que pudieran lastimarme de nuevo, pero ahí estaba, sintiendo una inquietud casi viva en el estómago por una extraña.

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