Después de algunos años dos amigos se reencuentran pero en una situación que ambos no deseaban. ¿Podrán superar esta prueba o sucumbirán a los susurros del corazón?
Leer más—¿Dónde está? —pensó. Su mirada se deslizó buscándolo.
Los guardias permanecieron leales, sin señales de amenaza alguna por su parte. Sin embargo, su corazón se aceleró, golpeando contra su pecho como si acabara de correr un maratón. Cada respiración parecía pesada mientras miraba a su alrededor, esperando los pasos que la alertaran de su llegada. Un suave grito ahogado escapó de sus labios cuando lo vio atravesar las puertas dobles que conducían al gran salón, su presencia llamaba la atención incluso desde lejos. Andrea se mordió con fuerza el labio inferior, tratando de mantener la compostura mientras él se acercaba a ella, con los ojos llenos de intenciones lujuriosas que la hacían temblar bajo la capa.
—¿Bien, excelente, bella, qué tenemos aquí? —ronroneó, dando vueltas a su alrededor, observando cada centímetro de su carne cubierta bajo la tenue iluminación
Su corazón latía como una bestia salvaje atrapada dentro de su jaula, desesperada por liberarse. Cada paso que él dio le pareció una eternidad mientras continuaba rodeándola, dejando sólo suficiente espacio entre ellos para que el peligro se ocultara.
Se obligó a mirarlo a los ojos, negándose a mostrar debilidad o miedo; en cambio, dejó que el desafío brillara dentro de esas tormentosas cuencas.
Cuando él se detuvo detrás de ella, sus cuerpos casi tocándose, supo que no había ningún lugar para escapar, aunque ya no quería. Con cada latido de su corazón, la adrenalina corrió por sus venas, ahogando cualquier pensamiento o emoción racional que no fuera la supervivencia.
Inclinó la cabeza y habló sin darse la vuelta:
—Sabes por qué estoy aquí, Ricardo.
—Sí, lo sé —respondió él.
A pesar de lo aterrorizada que estaba, una parte de ella no pudo evitar sentir una chispa de satisfacción al verlo después de tanto tiempo.
Su encuentro no debió ser así; se suponía que tenían ser aliados, trabajar juntos para lograr sus objetivos. Sin embargo, el destino a menudo disfruta jugando trucos crueles con la gente. Aclarándose la garganta de manera inestable, logró mantener cierto control sobre su voz.
—Quiero hacer un trato contigo y tu grupo. Podemos ser más fuertes juntos que separados —ofertó mientras rezaba en silencio para que él no sintiera la agitación que se desataba dentro de ella.
—Y ¿qué me ofreces a cambio, Andrea?, le susurró al oído.
El calor subió por su cuello y cubrió sus mejillas cuando sintió su cálido aliento acariciar la curva de su oreja en forma de concha. Estaba mal en muchos niveles, pero aun así le provocó escalofríos por la espalda. Odiándose a sí misma por sentirse excitada por un monstruo así, hizo todo lo posible por concentrarse en los negocios en lugar del placer.
—A cambio de nuestra lealtad —comenzó con firmeza, luego vaciló antes de continuar en poco más que un segundo—. Puedes recibir toda la ayuda que necesites de nuestra parte… —Se detuvo con incertidumbre, sin saber si debería decir más o dejarlo abierto a la negociación.
—Estás irreconocible ¿Me entiendes? Me gustabas más cuando eras una niña inocente. —Deslizó una mano por el pliegue del vestido rosa que Andrea llevaba esa noche.
Ella tragó saliva mientras lo sentía trazar los contornos de la tela que abrazaba su cuerpo. Sus palabras la hirieron y golpearon el núcleo vulnerable de quien ella solía ser: la persona que luchaba por recordar en medio de todo el derramamiento de sangre y la traición que la rodeaba.
—Yo cambié —admitió, su voz casi nada audible. No pudo negarlo; ahora era alguien a quien apenas ella misma reconocía. Cerró los ojos con fuerza, con la esperanza de borrar los recuerdos que la asaltaban, se armó de valor sin importarle las consecuencias de su encuentro, que podrían resultar nefastas en sus vidas, como a cualquier otra persona atrapada en esta red de ambición y deseo. Ricardo la acercó a él hasta que ambos cuerpos quedaron presionados uno contra el otro. Metió la mano debajo del vestido y tocó el muslo de Andrea sólo para despojarla del arma que llevaba escondida. Luego se separó de ella con el revólver en la mano. Sea volvió y sonrió.
—Es sólo por mi seguridad, ¿vale? Te lo devolveré después de firmar nuestro acuerdo. Ven conmigo —Señaló hacia la entrada de otra habitación más pequeña.
Andrea tragó una oleada de miedo, cumplió con su demanda y lo siguió a la cámara adyacente.
El ambiente íntimo contrastaba con la grandeza del salón principal. Observó cómo él colocaba el revólver en una pequeña mesa cerca de la puerta y sintió una mezcla de alivio e inquietud al saber que ahora estaba fuera de su alcance.
Tan pronto como él se unió a ella dentro de la habitación, sus cuerpos se encontraron una vez más, su diferencia de altura la obligó a mirarlo.
Los ojos de Ricardo vagaron hambrientos por su anatomía, como si estuviera decidido a consumir cada centímetro de su piel.
Ella trató de mantener la poca compostura que le quedaba, sólo pudo esperar que en algún lugar profundo de la retorcida alianza que se estaba formando esta noche, hubiera un camino hacia la justicia y la redención, un futuro donde ambos gobernaran para siempre.
El sonido de los pasos apresurados de Andrea resonaba en las paredes de la bodega, pero para ella, cada eco, cada golpe de sus zapatos contra el suelo, parecía prolongarse en el tiempo, estirando los segundos hasta convertirlos en una eternidad insoportable. El frío de la noche que se colaba por las grietas de las paredes la envolvía, pero no era el frío lo que la hacía temblar; era el miedo, el pánico desgarrador que se había apoderado de su corazón al ver a los dos hombres frente a frente, con las armas listas para disparar. Ricardo, el hombre al que había amado a pesar de todo, y García, el hombre que representaba la justicia que una vez había respetado, se encontraban en el centro de esa bodega abandonada, listos para terminarlo todo.Andrea sabía, en lo más profundo de su ser, que si no intervenía, la muerte sería inevitable. No estaba dispuesta a perder a Ricardo, no ahora, no después de haberlo elegido, incluso sabiendo que sus manos estaban manchadas de sangre. Sabía que Ricar
La mansión estaba envuelta en un silencio inquietante cuando Ricardo se preparó para salir. Andrea, aún conmocionada por los eventos recientes, no pudo evitar notar la tensión en su rostro mientras él se colocaba el abrigo. La firmeza en sus movimientos, el gesto decidido en su mandíbula, le dijeron todo lo que necesitaba saber, aunque él no pronunció palabra. Sabía que Ricardo no podía seguir huyendo, y que, en su mente, había llegado el momento de terminar con todo. Él no estaba dispuesto a permitir que el detective García los siguiera persiguiendo hasta el fin del mundo, como una sombra constante en su vida. Tampoco estaba dispuesto a ir a la cárcel, nunca.—No puedes hacer esto —dijo Andrea en un susurro, aunque sabía que sus palabras no lo detendrían. Ricardo apenas la miró, su mente ya estaba fija en el curso que había decidido.—Quédate aquí. Cuida de nuestro hijo —respondió él, con esa frialdad característica que tanto la aterraba y, a la vez, la fascinaba.Sin más, Ricardo sa
El frío metal del auto policial brillaba bajo las luces intermitentes de las sirenas, creando un destello constante que golpeaba los ojos de Andrea mientras miraba hacia el frente, con las manos tensas sobre su regazo. El resonar de la voz del detective García dando órdenes aún estaba en el aire cuando la situación comenzó a volverse caótica. Desde el interior de la casa, podía escuchar los pasos firmes y decididos de los agentes de policía acercándose, sus botas resonaban como un tambor de muerte que anuncia lo inevitable. Es solo cuestión de minutos antes de que todo se desmorone. Andrea tragó saliva, sintiendo como su decisión la apretaba el pecho, y sus ojos buscaron los de Ricardo, que ya se preparaba para el enfrentamiento.“Ricardo Salazar y Andrea Navas, salgan con las manos en alto”, la voz metálica del megáfono de García rompió el silencio, su tono implacable y cargado de autoridad. Ricardo apretó los puños, sus labios formando una fina línea de desprecio. No había lugar par
Andrea se encontraba sola en el estudio de la mansión, un espacio silencioso que de algún modo había logrado aislarla del caos que reinaba en su mente. Frente a ella, sobre la mesa, reposaba una simple carta, un objeto que hasta hacía unos minutos no representaba más que un pedazo olvidado del pasado de Ricardo. Ahora, ese pedazo se había convertido en algo imposible de ignorar.El aire en la habitación se sentía pesado mientras sus ojos recorrían una y otra vez las palabras escritas en esa carta. El papel viejo, ligeramente amarillento en los bordes, parecía contener más que solo tinta. Lo que revelaba no era un crimen ni una traición flagrante en términos legales, pero el peso emocional que llevaba consigo la golpeaba con fuerza."Irene. Ricardo. Y un hijo."Andrea dejó es
El primer informe apareció en las pantallas antes del amanecer. Andrea se encontraba junto a la ventana del salón, con una taza de café en las manos, viendo cómo los medios difundían la noticia. El rostro de García dominaba la pantalla, acompañado de titulares acusadores que detallaban las actividades corruptas que lo vinculaban a figuras religiosas y movimientos de dinero ilícitos. La táctica había sido precisa, sin errores visibles. Cada cadena de noticias seguía la misma línea, amplificando el impacto.Andrea apretó la taza con fuerza, mientras el frío del exterior se filtraba a través del vidrio. No era satisfacción lo que sentía. Más bien, una sensación de vacío se expandía en su interior. Habían cumplido con el objetivo, pero la idea de que todo terminara con la exposición mediática de García no le ofrecía consuelo. Sabía que un hombre como él no desaparecería sin pelear. Las consecuencias aún estaban por verse.Ricardo entró en la sala, con la misma calma de siempre. Vestía su
La mañana llegó fría y gris, como si el mismo cielo comprendiera el peso de lo que estaba a punto de ocurrir. Andrea se levantó temprano, incapaz de encontrar descanso. El aire en la mansión se sentía cargado de tensión, y el silencio, en lugar de ofrecer calma, parecía sofocante. Sabía que Ricardo estaba planeando algo. No lo había dicho abiertamente, pero ella lo conocía demasiado bien. La forma en que se había movido por la casa la noche anterior, la rapidez con la que había hecho llamadas apenas audibles en su despacho, todo apuntaba a un solo objetivo: García.Andrea cruzó el largo pasillo que conducía al salón principal. Al pasar por el despacho de Ricardo, la puerta entreabierta le permitió ver la luz tenue de la lámpara de su escritorio. Él estaba inclinado sobre algunos papeles, susurrando instrucciones por teléfono. No tuvo que escuchar las palabras para saber de qué hablaba. No había tiempo que perder, y si no actuaba pronto, todo se desmoronaría.Sus pensamientos la llevaro
Último capítulo