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Capítulo 4 — La noche en que la luna llamó a los compañeros

Pasó una semana desde la llegada de Greta.

Theo se había mantenido lejos de ella, cumpliendo su promesa a Hans.

No la buscaba, no la miraba, ni siquiera respiraba cerca de su olor.

Ella lo sacaba de quicio con su arrogancia, su orgullo y esa lengua afilada que no conocía miedo.

Y aun así, Azu no encontraba paz.

Cada noche, su voz retumbaba dentro de él, cada vez más impaciente, más viva.

—Theo… la luna llena se acerca.

—No saldrás, Azura —respondió él, apretando los puños en su escritorio—. No esta vez.

—Mi compañero está cerca. Puedo sentirlo.

—No lo harás. No soy gay. No voy a emparejarme con un macho. No puedo.

—Pero mi compañero me llama. Está aquí.

Theo cerró los ojos con fuerza.

El calor subía desde su pecho como fuego líquido.

La luna llena ascendía tras las montañas, y su control empezaba a resquebrajarse.

—No podemos, Azu. —Su voz era un rugido ronco—. Estamos condenados a estar solos.

—No lo acepto, Theo.

—Azura, no me fuerces o… me encerraré.

—No, no lo harás.

El aire explotó.

Su cuerpo tembló, los ojos le ardieron en dorado.

Azu tomó el control contra la voluntad de Theo.

La transformación fue salvaje.

El alfa cayó al suelo, su respiración se quebró, y en su lugar surgió una loba plateada, majestuosa, con ojos dorados que reflejaban la luna.

Azu corrió.

Las patas golpearon la tierra húmeda mientras el viento le rugía en los oídos.

Cada fibra de su ser respondía al llamado, al aroma que la embriagaba.

Su compañero estaba cerca.

Su alma lo reconocía antes incluso de verlo.

Al llegar al claro, el tiempo pareció detenerse.

Frente a ella, un lobo blanco, imponente, de ojos celestes y aura alfa, la observaba.

El aire entre ellos se volvió electricidad.

—Compañero… —susurró Azu.

El lobo dio un paso adelante, su voz profunda resonó en el alma de ambos:

—Compañera…

El vínculo estalló.

Luz, fuego, luna, destino.

Por fin se habían encontrado.

Pero Theo, desde lo profundo, luchaba.

Con un esfuerzo sobrehumano, impuso su voluntad.

—¡No, Azura! ¡Retrocede!

La loba rugió, resistiendo… pero al final, el alfa humano ganó.

El cuerpo se estremeció y Azu se desvaneció dentro de él, arrastrada por la fuerza de su propio humano.

Al otro lado del claro, el lobo blanco también retrocedió, gimiendo entre frustración y deseo, hasta caer de rodillas.

Su cuerpo cambió.

Y cuando el brillo lunar se disipó, una mujer quedó en su lugar.

Greta.

Sudaba, jadeaba, temblaba de furia y confusión.

Se sujetó al marco de la cabaña, respirando con dificultad.

—Bark… —susurró entre dientes—. ¿Cómo pudiste hacerme eso?

La voz del lobo resonó en su mente, serena pero dolida.

—Es mi compañera, Greta. La encontré.

—¡No podemos, Bark! —gritó ella—. ¡No podemos tener compañero! ¿Qué pasará cuando su humano tome el control? ¡Yo no puedo estar con una mujer! ¡No puedo, Bark, ni siquiera por ti!

—Pero Greta… es mi compañera. Si no tuvieras tus sentidos bloqueados y tu corazón congelado, sabrías quién es en su forma humana.

—¡No me interesa, Bark! —soltó entre lágrimas—. No quiero tener compañero. Sé lo que pasará cuando su lobo quiera reclamarte. Yo pienso en ti, Bark. ¡Yo sí pienso en ti! Pero tú solo piensas en tu hembra.

—Greta…

—¡Greta nada! —escupió, con la voz rota—. Eres egoísta, Bark. Hoy tomaste el control a la fuerza. Eso no se hace. Me traicionaste mientras dormía.

—No quise…

—Pero lo hiciste, Bark. —Su voz se quebró—. Lo hiciste. Yo escapé de mi manada, del cariño de mi hermano, porque me querían casar con un macho que, al darse cuenta de que mi lobo era un macho, te hubieran matado. Pero tú, a la primera que me debilito, tomas el control. Estuviste a punto de marcarla, de aparearte, Bark. Eso hubiera sido un caos cuando tu hembra volviera a su estado humano. Eres un egoísta, Bark. Me has decepcionado.

—Greta, perdóname.

Se dejó caer al suelo, con las lágrimas ardiéndole en los ojos.

Afuera, la luna seguía brillando sobre el bosque, ajena al desastre que acababa de provocar.

Y en la colina opuesta, Theo se dejó caer de rodillas, exhausto.

Azu se encogía dentro de su mente, llorando también.

Dos almas que se amaban desde siempre.

Dos humanos que se odiaban con el alma.

El amanecer llegó lento, pesado, como si el bosque entero intentara olvidar lo ocurrido bajo la luna.

Theo se despertó sobresaltado.

El cuerpo le dolía, la piel ardía y el aire de su habitación estaba cargado con un olor que no podía identificar: dulce, salvaje, familiar.

Se llevó una mano al pecho. Su respiración era irregular.

—Lo encontré —susurró Azu, apenas un eco en su mente.

—No empieces, Azu. —Se levantó, enfadado consigo mismo—. Anoche no pasó nada.

—Pasó todo.

—No. —Golpeó el lavabo con los nudillos—. No quiero hablar de eso.

El espejo le devolvió la imagen de un alfa con los ojos aún manchados de dorado, como si la loba se negara a desaparecer del todo.

Del otro lado del bosque, Greta también despertó sobresaltada.

El sol se filtraba por la ventana de la cabaña, dorando las hebras de su cabello.

El aire estaba denso, cargado de tierra y… él.

Se llevó una mano al cuello, notando el pulso acelerado.

Se vistió rápido, maldiciendo entre dientes.

No podía explicar por qué sentía que algo dentro de ella ardía.

Como si el bosque entero le recordara que había cometido un error… o tal vez que había tocado algo que jamás debió tocar.

Theo revisaba los límites del territorio cuando la vio.

Greta caminaba junto al arroyo, con el cabello recogido, la mirada fija en el agua.

Por un segundo, la luz del sol sobre su piel lo dejó sin aire.

Azu se agitó dentro de él.

—Es ella, es tu compañera.

—Cállate —murmuró, apretando la mandíbula.

Greta levantó la vista, sorprendida al verlo acercarse.

Rodó los ojos al instante.

—Perfecto… justo lo que necesitaba para arruinar la mañana.

—El sentimiento es mutuo —respondió Theo, cruzándose de brazos.

Ella alzó una ceja, burlona.

—¿Qué haces tan temprano, alfa? ¿Vigilando que tu territorio esté libre de lobas fugitivas?

—Asegurándome de que las visitas no provoquen problemas —replicó, seco.

—Tranquilo, tu majestad —dijo ella con sarcasmo—. Aún no he mordido a nadie.

Theo la observó en silencio un momento.

Su voz sonó más baja cuando habló:

—No deberías estar tan cerca del arroyo. El terreno es inestable y sabemos que le temes al agua.

—¿Desde cuándo te importa si me caigo o no? —preguntó, desafiante.

—Desde que me culparían si desapareces.

Greta rió por lo bajo.

—Siempre tan encantador. No entiendo cómo no tienes una Luna.

El comentario lo golpeó más de lo que ella imaginaba.

Theo la miró con una mezcla de molestia y algo que no quería nombrar.

—Porque no necesito una.

—Claro, tú no necesitas nada. —Ella dio un paso más cerca, provocadora—. Ni compañía, ni risas, ni calor. Qué triste tu vida, alfa Theo.

Azu rugió en su interior, y por un instante, los ojos del alfa brillaron dorado.

Greta lo notó y frunció el ceño.

—¿Qué fue eso?

—Nada. —Theo dio un paso atrás, controlando su respiración—. Vuelve a tu cabaña.

—No me das órdenes.

—En mi territorio sí. Te recuerdo que soy el alfa.

El silencio cayó entre ellos.

Podían oír el sonido del agua y el latido de sus propios corazones.

Por un segundo, Theo quiso acercarse… no sabía si para callarla o para olerla más de cerca. Pero se contuvo.

Giró sobre sus talones.

—No vuelvas al arroyo.

—Y tú no te acerques a mí. —Greta sonrió con descaro—. No quiero contagiarme de tu mal humor.

Theo se detuvo solo un instante antes de seguir caminando.

Cuando desapareció entre los árboles, Greta soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.

«Huele a ella» — murmuró Bark.

—Cállate, Bark. No quiero oírte.

«Es nuestra compañera, Greta.»

—No seas ridículo, es un alfa, macho, que ahora eres gay.

«No, él huele a ella.»

—Quizás tu linda compañera se metió a su cama, Bark.

«No, eso jamás. Eso no es posible. Es mía.»

Gruñó Bark de manera posesiva.

—Bark, entiende. Sé que eres un macho alfa, que necesitas una compañera, pero yo no me aparearé con una mujer. No se puede. Ella querrá cachorros, ¿y con qué se los haré? ¿Con el dedo? No podemos, Bark. Estamos malditos. Moriremos solos.

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