Capítulo 5 — Fuego en el límite

La noche cayó con prisas sobre la manada.

El cielo estaba negro y el viento traía un olor extraño: no era sólo la lluvia, algo oscuro se movía en los bordes del territorio.

En la sala de guardia, los hombres de Theo afilaban cuchillos y ajustaban protecciones.

El alfa no podía quedarse quieto.

Cuando sonaron las primeras alarmas, avisando que los renegados atacaban la manada, no dudó: tomó su capa, el acero frío en la mano, y salió con sus guerreros.

—¡A los puestos! —ordenó con voz seca—. No dejaré que toquen a mi gente.

Al otro lado del bosque, Bark sintió el peligro como una descarga en la columna vertebral.

Gruñó fuerte dentro de Greta.

—¡Greta, están matando inocentes! —retumbó su voz en su cabeza—. No podemos quedarnos.

—No podemos salir, Bark —respondió ella con pánico contenido—. Si me transformo y apareces como lobo alfa, Theo te verá y te matará por ser una amenaza. No pueden haber dos machos alfa en una manada, menos si es tan poderoso como tú.

Era la paradoja viva: el instinto gritaba salvar a los suyos, la razón humana tiraba de las riendas.

—¡Iré a ver, pero en forma humana! —dijo Greta, y antes de que Bark pudiera detenerla, tomó su puñal de plata y salió.

Theo estaba en la línea frontal con sus hombres cuando vio que la retaguardia empezaba a llenarse de sombras humanas —renegados con antorchas y cuchillos—.

Los persiguió, separandose del grueso, buscando cortar el avance.

Pero pronto se vio rodeado: cuatro se le vinieron encima desde la maleza.

—¿Qué demonios…? —murmuró, y la pelea se volvió feroz.

Dentro de su pecho, Azu lo empujaba, una fuerza antigua que arañaba su voluntad.

—Déjame salir, Theo. —La orden era una punzada.

—No —gruñó él—. No puedo… todos me verán. ¿Cómo explico que tengo una hembra como lobo?

Los renegados atacaron desde las sombras; le clavaron una hoja en el costado.

El dolor se transformó en fuego.

Theo sintió cómo el control flaqueaba.

—Está bien. —Respiró hondo—. Sal…

En un pestañeo, Azu rompió la carne: se elevó, feroz, poderosa, una loba plateada que saltó entre los atacantes y los destrozó.

Dos cayeron en menos de un minuto, engullidos por la furia animal.

Pero otros dos eran grandes, fuertes; no cayeron tan rápido.

La pelea se volvió sangrienta: garras, dientes, sangre sobre hojas.

De la espesura saltó un lobo blanco como la nieve.

Se lanzó sobre los dos más fuertes y, en un movimiento brutal, los partió.

Bark había llegado.

Despachó a los renegados con la eficiencia de un depredador que sabe matar, y al terminar corrió hacia Azu, temblando de rabia y alivio.

—Compañera… —susurró Bark, rozando su cuerpo con el de ella, intentando levantarla.

Azu cojeó, herida por la sombra de una cuchillada de plata.

—Compañero… —murmuró Azu, débil.

Los hombres de Theo llegaron, jadeantes, y lo que vieron los dejó sin aliento:

un lobo blanco con un aura alfa poderosa y una loba plateada juntos como si fueran la furia misma de la diosa.

Jamás habían visto al lobo de su alfa en batalla.

Algunos murmuraron, otros dieron un paso atrás.

—¡Alfa! —gritó uno—. Los renegados están desbandados… Seguiremos luchando, usted ayude a la hembra.

Bark, confuso por las miradas, atacó otra vez cuando un renegado rezagado intentó levantarse.

Su ferocidad fue tal que varios guerreros creyeron que era el lobo del propio Theo; su aura alfa era aplastante, más que el aura de su alfa en estado humano.

En la confusión, Bark tomó a Azu en la boca con delicadeza y la arrastró lejos, hacia la cabaña donde Hans había instalado a Greta.

Quería poner distancia entre la loba herida y las miradas humanas.

—Greta, por favor —rogó Bark con voz rota—. Ayúdala, está herida. Yo no me aparearé con ella, pero por favor… ayúdala.

Greta, exhausta en su interior, sintió el dolor de Bark por la herida de su compañera.

— Bark...

—No me aparearé con ella —dijo Bark con voz áspera.

—Bark, si prometes dejar de buscarla, la curaré.

—Está bien, lo prometo pero sálvala.

Bark bajó el hocico y lamió la herida, su energía alfa fluyendo hacia ella.

El vínculo empezó a arder entre ambos, luz y calor entre dos alfas que el mundo había separado.

Y entonces todo cambió.

Bark tembló, la carne deformándose bajo la piel.

Su pelaje blanco se volvió piel humana, hasta que en su lugar quedó Greta.

Azu vio todo.

Theo, dentro de ella, también lo sintió: era ella.

La loba plateada reconocía el alma de su compañero en esa mujer.

Greta se quedó inmóvil, respirando con dificultad.

Los ojos azules de Bark seguían presentes en los suyos, suplicantes.

—Bark… ¿qué hiciste? No debías transformarte frente a ella.

—Es mi compañera.

—¿Y si te descubren? —susurró ella—. ¡Si saben que eres un macho dentro de mí nos matarán!

—No podía dejarla morir.

La loba frente a ellos intentó incorporarse, herida.

Greta se arrodilló a su lado, el corazón latiendo demasiado rápido.

—No te muevas —dijo, y buscó vendas.

Azu dejó escapar un suspiro profundo entregando el mando y cuando abrió los ojos, Theo estaba allí, en carne y hueso, tumbado sobre el suelo.

Greta dejó caer todo al verlo transformarse.

—Theo…

Él alzó la mirada, el cuerpo aún temblando.

—Greta… ¿cómo…?

El silencio fue una daga entre ambos.

Azu habló dentro de él, suave:

—Lo ves. Ella… es como nosotros, ella es tu compañera.

Bark también lo susurró en la mente de Greta:

—Lo sientes, ¿verdad? Son nuestros iguales. Nuestros compañeros.

—No, Bark. No puede ser este tarado. —Greta apretó los dientes, limpiándole la herida a Theo—. No puede.

—Siente el vínculo. Deja de bloquearlo. — Insistía Bark.

—Él también me bloquea, Bark —susurró ella—. Lo siento.

Theo la observó en silencio, los ojos dorados reluciendo.

En su mente, Azu murmuraba:

—Ya no hay secretos, Theo.

— Usa el vínculo para sanarlo Greta, será más facil. — le instaba Bark.

Greta cerró los ojos, concentrándose.

La magia del vínculo fluyó a través de ella.

Las heridas del alfa comenzaron a cerrarse, la piel regenerándose bajo sus manos.

Theo gimió y volvió a la conciencia.

Abrió los ojos justo a tiempo para verla sanarlo con el poder del vínculo.

Su respiración se detuvo.

—No puede ser… —murmuró.

—Lo es —respondió Azu—. Somos iguales. La diosa no se equivoca.

Theo apretó los dientes, negando.

—¿Por qué tú? —gruñó.

—De nada, idiota. —Greta se levantó, limpiándose las manos—. Acabo de salvarte la vida.

El alfa la miró, el pecho subiendo y bajando con rabia contenida.

Su secreto estaba al descubierto.

Su destino, también.

Greta era su compañera y sabía su secreto, un secreto que ella también compartía. Por qué el destino podía ser tan retorcido.

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