El rey vampiro mantenía los brazos cruzados, apoyado contra la pared con esa arrogancia que le era natural. Sus ojos escarlata brillaban de irritación contenida mientras observaba a Xylos como si fuera una criatura inferior, algo que únicamente existía para fastidiarlo.
Xylos, en cambio, tenía las manos hechas puños. Su respiración era pesada, casi un gruñido, y cada fibra de su cuerpo estaba tensa. La presencia de Kaiser lo desquiciaba; era evidente.
—Deberías escuchar a tu luna, chucho pulgoso —escupió Kaiser, como si el insulto fuera lo más obvio del mundo, Vecka cerró los ojos con cansancio. No tenía fuerzas para soportar otra pelea… pero ya era tarde.
El labios de Xylos temblaron de furia.
—¿Qué dijiste? —rugió, acercándose a él como un lobo a punto de atacar.
—No repito para mascotas —respondió Kaiser con una sonrisa ligera, un destello cruel en los colmillos, y eso bastó: Xylos se lanzó hacia él.
Ambos chocaron con una fuerza tan brutal que el aire pareció temblar.