Todo estaba tibio e impregnado con un olor a bosque y lavanda, por un instante, Vecka no supo dónde estaba; el peso del brazo de Xylos rodeando su cintura le devolvió la memoria con una calidez que la desarmó. Sus ojos se acostumbraron poco a poco a la claridad, y entonces lo vio, el alfa dormía profundamente, con su rostro relajado, ceño ligeramente fruncido, aunque casi siempre se mantenía de ese modo. Descansando en una expresión serena. Parecía más joven así, menos alfa lleno de muchos compromisos, más hombre.
La joven humana se quedó quieta, observándolo. Su respiración pausada hacía que el pecho se alzara y descendiera con ritmo constante. Fue entonces cuando notó las cicatrices. Una cruzaba su costado derecho, larga y ancha, como una línea blanca que el tiempo no había borrado. Otra, más pequeña, estaba justo sobre el pecho izquierdo, a escasos centímetros de donde latía su corazón. Le pareció extraño no haberlas notado antes, aquel día en cuando la llevo a acampar, pero supus