—¿Alguna vez te has arrepentido de algo? —preguntó Vecka en voz baja, observando cómo el vapor del baño escapaba por la rendija de la puerta iluminada.
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luna mientras fuera la nieve cae sin un momento de pausa.
—¿Arrepentirme? —repitió la voz grave de Xylos desde el interior—. Eso haría suponer que tengo remordimientos.
Vecka sonrió con suavidad, jugueteando con una de las almohadas.
—Y no los tienes.
—Muchos —respondió él, dejando oír el sonido del agua deteniéndose.
Vecka estaba recostada sobre la cama del alfa, con las piernas cruzadas y una manta cubriéndole hasta la cintura. No sabía si debía sentirse cómoda o abrumada. El lugar olía a él a bosque en un día de lluvia, y lavanda, Xylos emergió del baño, descalzo, con el torso desnudo y el cabello aún mojado, cayéndole en mechones rebeldes sobre su frente. Llevaba un pantalón largo de chándal gris que colgaba bajo en sus caderas, y en sus manos sostenía una toalla blanca