Tres días habían pasado desde la reunión con el consejo, y el ambiente en la manada Blackwood parecía distinto, más denso, más cargado de silencios que de palabras. Desde entonces, Xylos había hecho todo lo posible por evitar cualquier encuentro con Vecka. Se sumergía en los asuntos de su manada y empresa, las estrategias, las reformas internas, cualquier cosa que lo mantuviera lejos de ella… y de la tentación de buscar su voz. Apenas dormía. No podía permitirse el lujo de ser débil. Porque si lo hacía, si la escuchaba reír en el jardín, si sentía su aroma al pasar, su autocontrol se desmoronaría como un castillo de arena.
El alfa se mantenía de pie, con las manos cruzadas a la espalda, escuchando atentamente los movimientos y respiraciones de los guerreros. Aunque su ceguera le impedía ver los golpes, su oído y su instinto le bastaban para detectar el más mínimo error. Cada jadeo, cada zancada, cada roce del cuerpo contra la tierra formaba un lenguaje que solo él podía descifrar.
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