Cuando finalmente Vecka llegó a la casa, Kian ya estaba despierto, preparando café. Fingió no notar la tensión entre ellos, pero su mirada se detuvo otra vez en la pulsera que ella llevaba en la muñeca.
—¿Saliste a correr? —preguntó, dándole la taza sin mirarla.
—Sí —respondió Vecka—. Necesitaba despejarme.
Kian asintió, sin más palabras. La distancia entre ellos se hizo evidente incluso en el pequeño gesto de no rozarse las manos al pasar la taza. Ella bebió un sorbo, intentando convencerse de que todo volvería a la normalidad, pero en el bosque, dos lobos seguían observando desde la distancia, invisibles al ojo humano.
Zayden rompió el silencio.
—¿Y ahora qué harás?
Xylos permaneció quieto, escuchando el eco lejano de la risa forzada de Vecka en la cocina.
—Esperar —respondió al fin—. Y encontrar la forma de acercarme sin que huya.
Zayden esbozó una sonrisa, medio irónica.
—Te deseo suerte, viejo amigo. Porque si algo aprendí de las humanas… es que el amor no se ordena. Se