Eliana lo miró con ternura y esperanza. Aquella conversación había sido como abrir una herida que había estado supurando en silencio durante años. Pero, por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo dentro de ella comenzaba a sanar. Lo miró con ojos brillantes y le tomó la mano con suavidad.
—¿Te gustaría conocer a Samuel? —preguntó con voz suave, pero cargada de ilusión.
Él parpadeó, sorprendido por la pregunta. Se quedó inmóvil unos segundos, como si necesitara procesar lo que acababa de escuchar. El corazón se le encogió por dentro, y al mismo tiempo, una oleada de emoción le subió por el pecho, nublándole por un momento la vista.
—¿Samuel? —repitió con un hilo de voz—. ¿Tu hijo?
Eliana asintió, conteniendo el nudo que se le formaba en la garganta. No necesitaba decir nada más. El nombre por sí solo tenía un significado especial ahora. Él lo entendía. Aquel niño que fue robado al nacer, que fue abandonado como si no valiera nada, era su nieto. Y ahora, gracias a un giro del dest