El sonido del timbre se oyó con fuerza a través del silencio tenso que dominaba la casa. Eliana corrió a abrir la puerta, con los ojos enrojecidos, el cabello desordenado y las manos temblorosas. Al ver a su padre en el umbral, no pudo contenerse más.
—¡Papá! —exclamó rompiéndose en llanto, lanzándose a sus brazos—. ¡Se llevaron a Samuel! ¡Otra vez!
El señor Álvarez la sostuvo con firmeza, pero su rostro ya reflejaba preocupación. La había sentido desde que su hija lo llamó, llorando, con la voz hecha trizas. Entró a la casa sin decir palabra, buscando a su esposa con la mirada, aunque en el fondo sabía que no la encontraría.
—¿Qué pasó? ¿Dónde está tu madre? —preguntó en tono serio, con el ceño fruncido.
Eliana negó con la cabeza, tragando saliva antes de hablar.
—Ella... ella no está. José Manuel y yo nos despertamos y Samuel ya no estaba en su cama. Buscamos por toda la casa, y no hay señales de que alguien haya forzado la entrada... Pero... pero yo sé que fue ella... Y Samantha...