La tarde caía lentamente sobre la ciudad, tiñendo el cielo de tonos ámbar y violeta. La brisa que se colaba por las ventanas del hospital era suave, como si el mundo intentara ofrecer un consuelo silencioso al caos emocional que se había desatado.
María José se encontraba de pie en la sala de espera, con la mirada perdida en la máquina expendedora de café, pero sin atreverse a presionar ningún botón. Llevaba minutos de pie ahí, con los pensamientos girando como remolinos. Isaac se había ido a hacer una llamada. José Manuel estaba con Samuel. Y Eliana, con una taza entre las manos, se sentó en uno de los sillones cercanos, observando en silencio a su amiga, su aliada, su confidente... sin imaginar lo que estaba por escuchar.
—¿Estás bien? —preguntó Eliana finalmente, con voz serena pero preocupada.
María José tragó saliva. Su rostro parecía distante, pero en sus ojos brillaba algo más: una lucha interna.
—No… —susurró al fin—. No del todo.
Eliana se enderezó, dejando la taza a un lado.