GIULIA
El agua de la regadera caía como un torrente, borrando cualquier pensamiento, cualquier duda. Mis labios estaban pegados a los de Dante, y con cada beso sentía que me hundía más en un abismo del que ya no quería escapar.
Sus manos recorrieron mi cuerpo con urgencia, y cuando sus dedos tiraron de mi blusa y la dejaron caer en el suelo húmedo, supe que nada podría detener lo que estaba sucediendo.
Él me apretaba contra la pared fría mientras mi piel ardía bajo la suya. El contraste era tan intenso que me hacía temblar. Su boca se deslizó por mi cuello, y yo arqueé la espalda entregándome sin resistencia. Cada prenda desaparecía entre sus manos, hasta que quedé desnuda bajo la lluvia artificial que nos envolvía.
Pero de pronto, un quejido escapó de sus labios. Su cuerpo se tensó, y yo lo miré alarmada.
—¿Estás bien? —pregunté, viendo cómo una línea roja se deslizaba por su brazo.
Dante sonrió con esa arrogancia peligrosa que me desconcertaba.
—No podría estar mejor.
—Dante… tu