GIULIA
Caminaba por uno de los pasillos, aun con el eco de la discusión con Claudia y Marcella, la manera en que no le tembló la mano para amenazar a Marcella, cuando una mano fuerte me empujó contra una habitación. La puerta se cerró de golpe a mis espaldas.
Era Riccardo.
Me crucé de brazos, desafiante, conteniendo la rabia que hervía en mi interior.
—Aún estoy esperando que me cuentes sobre el accidente de Luca.
No respondió de inmediato. En cambio, sacó una carpeta y me la tendió con un gesto serio. La tomé con cuidado, como si pesara toneladas.
—Ahí está todo lo que investigué —dijo, con voz grave—. Desde que Luca murió supe que no fue un accidente.
Me quedé inmóvil, el corazón en mi garganta.
Riccardo dio un paso más cerca.
—En Italia, Giulia, existe un tráfico de órganos brutal. Cuando alguien poderoso necesita un órgano y no puede esperar en la lista… marcan a una víctima. Provocan un “accidente”, extraen lo que necesitan y hacen que todo parezca un siniestro común. Eso fue