CAPÍTULO 02

Desperté en mi pequeño cuarto, el mismo que había alquilado cuando me mudé a esta ciudad. Nunca pensé que este sitio cambiaría mi vida.

Era una habitación estrecha, con paredes frías y una sola ventana que daba a una calle siempre húmeda. 

El pueblo era pequeño y económico por eso decidí vivir en este lugar. Era huérfana, recién graduada de chef y solo quería iniciar ejerciendo mi carrera, trabajar en un restaurante e ir escalando, mi meta era quedarme solo un año, pero me quedé por mucho tiempo al conocer a Luca. 

Desde su muerte, hacía una semana, el clima no había cambiado: lluvia constante, cielo gris, y un viento que parecía llorar conmigo cada noche. El mundo parecía haberse vestido de luto.

Me quedé unos minutos acostada, mirando el techo, sintiendo el peso del silencio. Acaricié mi vientre con suavidad. No tenía más tiempo. Los pocos ahorros que guardaba en la cajita de lata ya estaban por agotarse. Y ahora no solo debía pensar en mí… sino en mi hijo. Nuestro hijo.

Luca había ido pocas veces a este lugar. Le parecía pequeño, modesto. Pero a mí me encantaba. Era mío. Era nuestro rincón secreto lejos de su madre, lejos de las miradas duras de sus hermanas.

Me levanté con lentitud. Tomé una ducha rápida, me vestí con lo poco decente que tenía y salí. Decidí que iría al hospital. Quería… necesitaba recoger las pertenencias de Luca. Sentía que era mi forma de despedirme, de cerrar una herida que aún supuraba.

Caminé bajo la brisa y llegué al hospital olía a desinfectante y tristeza. Una enfermera amable, con rostro cansado pero cálido, me recibió.

—¡Oh! Menos mal vino. Nadie de la familia se ha presentado a recoger sus cosas.

Eso me dolió. No era sorpresa, pero igual dolía. La enfermera se fue unos minutos y luego regresó con una bolsa transparente.

—Esto fue todo lo que tenía consigo cuando llegó.

Tomé la bolsa y mis manos comenzaron a temblar. Dentro estaban su camisa y pantalón, rasgados, sucios de tierra y con manchas secas de sangre. Mi estómago se revolvió. También había un reloj de pulsera y su biper.

Pero no estaba el dije.

—¿Acá falta algo—dije, con voz temblorosa—. Un dije en forma de corazón. De plata. Él lo llevaba ese día. Se lo regalé yo.

La enfermera revisó los papeles.

—Lo siento, señorita. Esto es todo lo que fue ingresado con el paciente. Es posible que se haya perdido en el accidente.

Asentí con dificultad. Sentí que el mundo volvía a romperse. Era como si lo perdiera por segunda vez.

Agradecí en silencio y salí del despacho. Apenas crucé el pasillo, sentí un mareo violento. Todo giró. Y luego, oscuridad.

...

Desperté en una habitación blanca, con una aguja en el brazo y el sonido lejano de una máquina.

Un hombre mayor, de bata blanca, y otro alto, robusto, de uniforme azul marino, estaban junto a mi cama.

—Descuide, está bien—dijo el hombre de uniforme con una sonrisa amable—. Soy el agente Riccardo Cavani. La encontré desmayada en el pasillo. Quise quedarme para asegurarme de que estuviera bien.

Me incorporé un poco, avergonzada.

—Gracias... no debió molestarse.

—Soy nuevo en la estación y estoy conociendo el pueblo. De hecho, el caso de su prometido fue el primero que recibí al llegar. 

Mire con asombro que supiera mi relación con Luca. —En realidad era su esposa, nos habíamos casado unos días antes de su accidente. 

—Lo siento de verdad. El médico me informó que usted vino al hospital por las pertenencias del Luca Dell’orso. Quiero contarle que el accidente... Algo no encaja con los frenos del auto… seguiré investigando.

Sus palabras me hicieron lagrimear. Al menos alguien quería justicia.

—¿Qué, a qué se refiere? 

—No se mortifique, señorita, yo me encargaré. 

—Gracias. De verdad.

El médico, un anciano de voz suave, intervino:

—Su desmayo fue consecuencia del embarazo. Nada grave, pero debe cuidarse más.

Riccardo me miró con sorpresa.

—¿Está embarazada? ¿Es hijo de Luca?

Asentí.

—Sí.

Me miró con lástima.

Me sentí un poco mejor y pedí el alta. Antes de irme, miré a Riccardo el oficial a los ojos.

—Si encuentra un dije de corazón, de plata... Luca lo llevaba el día del accidente. Si aparece, por favor, devuélvamelo.

—Lo prometo, señorita Bianchi.

Después de aquella conversación me dieron de alta, salí con la bolsa de las pertenencias en brazos, caminé por las calles mojadas. El cielo seguía llorando. En una esquina, vi una casa de empeño. 

Me detuve. El anillo de boda pesaba en mi dedo. Lo observé por última vez. Sabía que a Luca no le hubiera gustado... pero ya no había opciones. Lo dejé en el mostrador. El dinero que me dieron fue miserable, pero servía para al menos comer esa semana.

Volví a casa. Al llegar, me detuve en seco. Frente a mi puerta estaban Rachelle y sus hijas. Las tres, con los brazos cruzados y el juicio escrito en el rostro.

—Mira nada más, pareces un trapo viejo. Nunca entendí qué vio mi hijo en ti. No tienes gracia—dijo Rachelle con veneno.

—¿Qué hacen aquí?—pregunté, tragándome la dignidad.

—No es una visita. He pensado en una forma de ayudarte... por el bien de ese... supuesto nieto mío. 

La miré sin creerle.

—No te confundas, no es por ti. Es por mi sangre. Nadie dirá que un bastardo Dell’Orso nació entre basura. Vas a volver a casa. Tendrás techo, comida, y pagaré al médico durante el embarazo.

No podía creerlo. Por un segundo sentí esperanza.

Hasta que Rachell sonrió de lado.

—Pero con una condición: volverás a trabajar en el restaurante. Como chef. Sin salario.

Volvía al infierno. Pero esta vez… no estaba sola.

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