(Narrado por Isabella)
El día comenzó igual que siempre, o al menos eso parecía. Pero había algo distinto en mí, algo que ni siquiera yo terminaba de entender.
El desayuno con Alessandro fue silencioso, casi incómodo. Él revisaba su teléfono, yo el mío. A veces nuestras miradas se cruzaban, pero ya no había esa incomodidad de antes. Solo una calma extraña, como si cada uno estuviera calculando al otro.
En la empresa, el ambiente estaba más cargado que de costumbre. No sé si era mi imaginación o si las miradas se habían vuelto más insistentes. Hablaron en voz baja cuando pasé, pero no me importó. Había dejado de necesitar la aprobación de nadie.
Estaba revisando unos planos cuando escuché unos pasos de tacones acercándose. No necesitaba mirar para saber quién era. Ese perfume dulce y empalagoso era inconfundible.
—Isabella —dijo Luciana, con esa sonrisa perfectamente fingida—. Qué sorpresa verte por aquí tan temprano.
Levanté la vista despacio, dándole justo el tiempo para creer que me