Início / Romance / El juego de la Obsesión / Capítulo 7 "Miedo a lo desconocido"
Capítulo 7 "Miedo a lo desconocido"

Nunca he sabido cómo detener mi mente. Siempre ha sido como un río desbordado, arrastrando imágenes, cálculos, estrategias, posibilidades infinitas. Me acostumbré a vivir con esa velocidad, con esa forma de procesar el mundo. Pero desde que Gabriel apareció, todo se volvió peor. Porque ahora no eran números ni planes los que me asaltaban en cada instante: era él.

Lo pienso demasiado. Cada gesto, cada palabra, cada recuerdo de sus labios sobre los míos. Y esta noche, mientras caminamos bajo una llovizna ligera que empapa su camisa y hace que su cabello se pegue a la frente, lo siento más intensamente que nunca. No solo en mi mente, sino en mi cuerpo.

Él no parece preocupado por la lluvia. Al contrario, sonríe, como si disfrutara de ese aire húmedo que limpia las calles y perfuma la noche con olor a tierra mojada. Yo, en cambio, apenas respiro; lo único que hago es mirarlo, grabar en mi memoria la curva de sus labios, la forma en que sus ojos oscuros se iluminan con cada rayo de luz de los faroles. Y por momentos agradezco la lluvia, porque mantiene bajo control el fuego que crece bajo mi piel. 

—¿Sabes que me obsesionas un poco? —Las palabras escapan de mi boca antes de que pueda detenerlas. Mi voz suena suave, casi juguetona, pero por dentro siento un nudo en el estómago.

Gabriel se detiene. Me mira fijamente, como si quisiera descifrar hasta el último rincón de mi confesión. El agua resbala por su rostro, pero él no parece notarlo.

—¿Un poco? —pregunta con una media sonrisa burlona.

—Bueno… más que un poco. —Bajo la vista, enredando mis dedos con los suyos—. Es que pienso en ti más de lo que debería.

El silencio que sigue me oprime el pecho. Espero un gesto de incomodidad, un cambio de tema, una broma que minimice lo que acabo de decir. Pero en lugar de eso, Gabriel se acerca un paso más, borrando la distancia entre nosotros.

—Quizás porque yo también pienso demasiado en ti —responde con una honestidad que me sacude.

Sus palabras me atraviesan como un rayo. Y por un instante, siento miedo. Porque no reconozco esta sensación que me arde en el pecho, que me nubla la mente y me hace olvidar que debería estar calculando cada movimiento. Es demasiado cálida, demasiado dulce, demasiado real.

—¿De verdad? —miro sus labios, intentando controlar la agitación en mi voz.

—De verdad. —Su mano acaricia mi mejilla, húmeda por la lluvia, y me mira como si yo fuera lo único que existe en el mundo.

Mi corazón late con fuerza, como si intentara escapar de mi cuerpo. Y yo, que siempre he tenido el control, que siempre he sido dueña de mis emociones, me descubro temblando. No de frío, sino de algo que temo nombrar.

Amor.

La palabra me aterra. No puede ser eso. Yo no amo. Yo no sé amar. Mi condición no me lo permite. Yo necesito, yo poseo, yo me obsesiono. Pero amar… no. Y sin embargo, mientras sus labios se acercan a los míos, me doy cuenta de que, tal vez, todo lo que pensé nunca experimentar por mi trastorno, lo esté haciendo, gracias a él.  

El beso que sigue es distinto a todos los que hemos compartido. No es urgente ni ansioso; es lento, profundo, como si él quisiera explorar cada rincón de mí. La lluvia cae más fuerte, empapándonos, pero ninguno de los dos se aparta. Al contrario, nos aferramos más.

—Clara… —murmura mi nombre contra mis labios.

—No pares —susurro, cerrando los ojos.

Y no lo hace. Sus manos recorren mi espalda, mi cintura, me aprietan contra su cuerpo como si temiera que pudiera desvanecerme. Yo dejo escapar un gemido bajo, y por primera vez no me importa perder el control. Por primera vez siento que no necesito calcular, porque el placer de este instante lo llena todo.

La lluvia nos cubre, nos envuelve como un manto secreto. El mundo entero podría desaparecer y yo no lo notaría. Solo existe Gabriel, su calor, su voz grave prometiéndome cosas que nunca había creído posibles.

Y aunque el miedo late en el fondo —miedo a esta emoción desconocida, miedo a que él tenga el poder de herirme—, mi obsesión es más fuerte. Porque lo necesito. Porque cada fibra de mi ser me grita que no puedo soltarlo.

Me aferro a él, enterrando mi rostro en su cuello, inhalando su olor mezclado con el agua de lluvia. Y en mi mente, una certeza se repite como un mantra: eres mío, Gabriel. Lo seas por amor, por obsesión o por destino, ya no importa. No te dejaré ir.

Esta noche era la noche. Volvimos a mi casa, porque necesitaba sentir que tenía algo de control. Todo lo que había planeado, cada movimiento, cada gesto, estaba diseñado para controlarlo, para guiarlo hacia mí. Pero cuando sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, quitando prenda por prenda con una precisión que parecía adivinar cada deseo que yo aún no conocía, todo se volvió distinto.

Sentí un estremecimiento que no había sentido antes. No era miedo ni obsesión; era una mezcla de excitación y algo más profundo, un calor que se expandía desde el pecho hacia mis extremidades. Cada toque suyo era un mensaje, una promesa silenciosa, y yo me encontré respondiendo sin pensar, dejando que su tacto nublara mis planes, mis cálculos.

—Clara… —susurró, su respiración caliente contra mi cuello—. Déjame quedarme contigo así.

Asentí, incapaz de articular palabra. Mi mente, siempre analítica, intentaba registrar cada detalle, pero mi cuerpo lo ignoraba por completo. Sus labios descendieron a mi hombro, besando mi piel húmeda, y sentí un escalofrío que recorrió mi espalda. Cada caricia me hacía perder un poco más de control, y eso, paradójicamente, me encantaba. 

Yo había tenido encuentros antes. Experiencias que otros llamarían íntimas, pero que para mí siempre fueron mecánicas: movimientos calculados, respuestas ensayadas, nada más que una rutina para obtener algo. Pero esto… esto era diferente. Esto me hacía sentir, realmente sentir, y aunque lo reconociera con cierto temor, no podía detenerlo.

Lentamente quitó mi sujetador y se detuvo observando mis senos, los que había observado con detalle frente a espejo esperando que fueran perfectos para él. 

Contuve mi respiración ante la necesidad de notar en su rostro la satisfacción que le generaba mi cuerpo y no salí decepcionada. Sus pupilas se oscurecieron mientras fijaba sus ojos en mis pezones y sus manos subían para acariciarlos con ternura. 

—Quiero que esto sea perfecto para ti —murmuré, mientras mis manos lo acercaron y recorrieron  su espalda quitando la camisa que estorbaba mi camino hacia su piel—. Quiero que… me tengas toda para ti.

—Clara —dijo con un tono que era mezcla de fascinación y deseo—. No necesito perfección. Solo a ti. Y para mí, eres una diosa, una obra de arte que solo yo tengo permitido disfrutar.

Eso me detuvo. Por un instante, el mundo desapareció y solo existió su voz, grave y cálida, resonando en cada fibra de mi cuerpo. Su honestidad me desconcertó, porque yo estaba acostumbrada a controlar, a ocultar, a calcular. Pero ahora, sentir que alguien me deseaba simplemente por ser yo, sin trucos ni planes, era… abrumador.

Sus manos bajaron hasta sujetar mis muslos, cargándome hasta la cama, donde me depositó con ternura antes de concentrarse en quitar del medio mis bragas. 

Me dejé guiar por él, observándolo todo el tiempo. Dejé que sus manos determinaran el camino y sus labios marcaran mi piel. Y cada vez que me besaba, cada roce de su lengua y sus dedos, sentía que algo en mí se despertaba. Un placer que no era premeditado, un placer que se filtraba entre mis defensas cuidadosamente construidas. 

—Gabriel… —jadeé, mientras sus manos se movían con firmeza y ternura en mi centro

—Sí, Clara… así —respondió, susurrando con urgencia y suavidad—. Quiero sentirte… solo así, solo tú y yo.

El roce de su cuerpo contra el mío me llenó de una mezcla embriagadora de necesidad y asombro. No podía creer lo intenso que era, lo real, cómo cada caricia me hacía vibrar. Cada gesto suyo derribaba mis defensas, y por primera vez, me permití ceder por completo al momento.

Nunca había sido así con nadie. Nunca. Mis encuentros anteriores habían sido un acto de control, de poder, de manipulación. Pero esta vez, incluso con cada pensamiento calculado que me había traído hasta aquí, no había manera de anticipar lo que sentía. Gabriel estaba dibujando un mapa nuevo de mi cuerpo y de mi mente, y yo no quería detenerme.

—Quiero que me sientas —susurré contra sus labios, con un hilo de voz temblorosa—. Quiero que sepas que esto también me pertenece… a mí.

Él sonrió contra mi boca, con una mezcla de complicidad y deseo, y me abrazó con más fuerza. Cada beso era un pacto, un intercambio de control y entrega que me hacía arder de emoción.

—Te sientes… diferente —murmuró, como si no pudiera creer lo que pasaba—. No como los demás.

—Porque no soy los demás —contesté con firmeza, aunque mi mente se desbordaba de sensaciones—. Soy… yo. Solo yo.

Cada movimiento, cada roce, era un descubrimiento. Descubrí cómo sus labios podían encenderme, cómo sus manos sabían exactamente qué tocar y cuándo, cómo el roce de su pecho contra el mío me dejaba sin aliento. Y por primera vez, comprendí que podía sentir placer de verdad, sin máscara, sin cálculo, sin manipulación.

—Clara… —su voz tembló un instante, como si estuviera al borde de perder la contención—. No puedo… No quiero detenerme.

—No lo hagas —susurré, dejando que mi cuerpo se inclinara hacia él—. Déjame sentirlo. Déjame estar contigo así.

Y nos dejamos llevar. Cada beso, cada caricia, cada gemido compartido nos acercaba más, no solo físicamente sino de una forma que yo nunca había anticipado. Mis manos se aferraban a él, pero no para controlar; esta vez eran para sostenerme, para no perderme en la intensidad del momento.

Sentí miedo por un instante, miedo a lo desconocido, miedo a sentir algo más que obsesión. Pero ese miedo se mezcló con la necesidad, y la necesidad ganó. Porque lo necesitaba a él, no podía imaginar un mundo sin sentirlo tan cerca, tan real, tan intenso.

—Eres demasiado para mí —jadeó mientras me abrazaba—. Demasiado… hermosa, intensa, perfecta.

—Y tú para mí —respondí, con una mezcla de sinceridad y deseo—. Más de lo que jamás imaginé.

El placer nos consumió. Lo mecánico quedó atrás. Esta vez, cada movimiento era vivo, auténtico, deseado. Cada beso y cada toque me enseñaban que podía sentir algo nuevo y profundo, y aunque una parte de mí lo analizaba con su lógica habitual, otra parte simplemente se abandonaba.

Cuando finalmente nos detuvimos, exhaustos, abrazados bajo las sábanas, respirando el uno del otro, comprendí algo que jamás habría esperado: no necesitaba controlar cada gesto para sentirme completa. Con Gabriel, con este contacto, con este deseo compartido, podía permitirme perderme. Y eso era… liberador.

—Nunca había sentido algo así —susurré contra su pecho, dejando que mi voz se quebrara un instante.

—Lo sé —murmuró él, acariciándome el cabello—. Y quiero que lo sientas siempre conmigo.

Me quedé ahí, sintiendo su calor, su aliento, su ritmo. Por primera vez, calculé menos y sentí más. Por primera vez, no solo quería poseer; quería compartir, recibir y entregarme sin barreras. Y mientras mi mente se nublaba con placer y nuevas emociones, supe con certeza que lo necesitaba, que lo deseaba, que me pertenecía tanto como yo a él.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App