Mundo ficciónIniciar sesiónGabriel
La mesa estaba cubierta de herramientas de limpieza, aceite y paños perfectamente doblados. Con movimientos meticulosos, limpiaba mi pistola, inspeccionando cada pieza con la concentración de quien sabe que un solo error puede costarle la vida. Alrededor, el cuarto estaba oscuro, iluminado por la luz tenue de una lámpara sobre el escritorio. Frente a mí, en la pared y dispersas sobre la superficie, estaban las cientos de fotos que había tomado de Clara. Cada ángulo, cada sonrisa, cada gesto suyo, documentado.
Paré un momento, sosteniendo una de las fotos entre mis dedos. Ella sonreía bajo la luz cálida de la cafetería donde siempre nos reuníamos. Su cabello rojo cayéndole suavemente sobre los hombros. El mundo podría desmoronarse, pero no ella. Ella era ajena a los demás, despreocupada, encantadora, ajena a todo excepto a mí.
Y sabía todo de ella. Todo.
Desde su diagnóstico de psicopatía en la infancia, hasta cada una de las obsesiones que había desarrollado conmigo. Cada encuentro “casual” que ella creía fortuito, cada mirada calculada, cada beso que me ataba más a ella… La había estado observando incluso antes de que supiera que existía. Antes de que ella empezara a obsesionarse.
Porque no solo era un observador; era un ejecutor. Un asesino por contrato entrenado desde joven para eliminar objetivos sin remordimiento, sin vacilación. Y mi próximo objetivo era Clara.
Los detalles eran claros en mi mente: ella había desviado una suma considerable de dinero de un grupo de mafiosos que no toleraban errores y mi tarea era simple: encontrarla, acercarme, eliminarla. Punto. Pero lo que parecía un trabajo mecánico, una misión más, se había complicado desde el primer momento en que la ví.
Desde ese instante en que la vi caminar entregando algunos de sus trabajos sigilosamente, o lo que ella creía sigiloso, algo dentro de mí cambió. No era su belleza, ni su sonrisa encantadora y calculada, ni siquiera la forma en que jugaba con sus gestos. Era ella. Solo ella. Y desde ese momento, incluso antes de que tuviera idea de quién era él, ya estaba atrapado en una red que estaba construyendo: una red de fascinación por ella.
Una notificación me sacó de mis pensamientos y bajé la vista al celular. Comencé a ansiar que el dichoso aparato sonara por ella. Y así era, al leer el mensaje de Clara, una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro.
"Me encantó pasar tiempo contigo ayer… No puedo dejar de pensar en ti. ¿Nos vemos esta noche?"
El mensaje era simple, inocente a primera vista, pero yo sabía la verdad detrás de sus palabras. Sabía que detrás de esa sonrisa, detrás de esa dulzura aparente, había una mente calculadora que me estaba estudiando, analizando cada reacción. Y… me encantaba.
Por unos minutos me dí el lujo de recordar la noche anterior. Cada beso, cada caricia, cada instante que pasamos juntos en la intimidad. No fue mecánico, como había esperado que fuera tomando en cuenta su diagnóstico, sino todo lo contrario. Ella se había dejado llevar por el deseo y la conexión que surgía entre ellos. Lo había sentido en cada gesto: en la forma en que sus manos se aferraban a él, en cómo sus suspiros y gemidos no estaban calculados sino genuinos, en cómo sus ojos brillaban con algo que no era control ni obsesión: era emoción, era… amor. Lo había logrado, algo que ella jamás creyó sentir.
Tal vez todavía no pudiera identificarlo, pero ahí estaba. Lo ví.
Y eso me preocupaba. Porque fuí entrenado para eliminar objetivos, no para enamorarse de ellos. Sin embargo, cada recuerdo de su piel contra la mía, de su respiración entrecortada y sus manos temblorosas, me hacía sentir… humano. Por primera vez en años, sentía algo más que cálculo y disciplina. Y eso me hacía vulnerable.
El timbre del teléfono me interrumpió de nuevo. Era la llamada que temía recibir: su contacto, la voz fría y sin emoción que me había asignado la misión.
—El objetivo sigue con vida —dijo, directo, sin preámbulos—. Si no la eliminas pronto, perderás la paga. Y si no cumples, otros lo harán.
Apreté los dientes. El sonido metálico del arma entre mis manos me recordó lo que podía hacer, lo que debía hacer. Pero mi corazón, ese órgano que llevaba años creyendo muerto, latía con fuerza descontrolada. No iba a permitir que nadie hiciera daño a Clara. No podía.
—Entendido —contesté, con voz firme pero cargada de tensión—. Me encargaré de ella.
Colgué y recosté mi cuerpo en la silla, respirando hondo. Cada fibra dentro de mí estaba dividida entre cumplir la misión y proteger a la única persona que me hacía sentir algo real. Observé otra vez las fotos sobre la mesa. Tocando con ternura la que más me gustaba, aquella en la que ella me miraba sonriendo mientras el sol iluminaba su cabello.
Murmuré para sí mismo:
—Qué ironía… el monstruo que debía cazar es la única que me hace sentir humano.
Suspirando, me levanté, colocando el arma ya limpia en su funda. Tenía que encontrarme con Clara esta noche, y debía hacerlo sin mostrar nada de lo que sentía. Pero también sabía que cada momento con ella era un riesgo: un riesgo que valía la pena correr.
Preparándome, repasó mentalmente cada detalle. Todo indicaba que ella también estaba cayendo, aunque aún no lo supiera. Y por un segundo me permití un pensamiento prohibido: tal vez, solo tal vez, podía protegerla sin destruir la misión, aunque eso significara perder el control de todo lo demás.
Con el corazón aún latiendo fuerte y un nudo de anticipación y peligro en la garganta, salí del cuarto, dejando que la noche me envolviera. Sabía que Clara esperaba, y que cada instante junto a ella podía ser el último antes de que todo se complicara más de lo que había planeado.
Pero por ahora, solo podía pensar en ella, en su sonrisa, en sus ojos… y en cómo esa mujer, que debía ser un simple objetivo, se había convertido en el centro de su mundo.
Cuando llegué al lugar acordado, la vi. Clara estaba allí, esperándome, y por un instante, todo lo demás desapareció. La misión, los mafiosos, el pago… nada importaba. Solo ella. La forma en que su cabello caía sobre sus hombros, la ligera inclinación de su cabeza mientras me buscaba con la mirada, el modo en que su sonrisa parecía iluminar incluso la sombra de la noche.Mi instinto me decía que debía mantener la distancia, actuar como cualquier otra cita normal, como si no hubiera ningún secreto mortal entre nosotros. Pero mi corazón —ese traidor que no sabía que podía volver a latir con fuerza— ya estaba comprometido con ella, mucho antes de que mis ojos se posaran en su sonrisa.
—Hola —dije, intentando que mi voz sonara casual, mientras me acercaba.
—Hola, cariño—respondió ella, con esa mezcla de dulzura e impaciencia que me hacía sentir vivo y débil al mismo tiempo.
La verdad es que cada encuentro con Clara era un desafío. No solo porque mi trabajo me obligaba a mantener el control, sino porque estaba empezando a perderlo frente a ella. Cada palabra, cada roce de su mano, cada mirada que sostenía conmigo era un recordatorio de que ya no era el depredador invisible que creía ser. Estaba atrapado en su mundo, y no quería escapar.
—Me alegra verte —dije, tomando su mano entre las mías, daandole un beso casual en su muñeca que escondía mi deseo de aferrarme a ella para siempre.
—A mí también —respondió, sonriendo, sin notar la tensión detrás de mis gestos— Siento que ya eres parte de mi rutina y si paso un día sin verte, algo falta dentro de mí.
—Desde que te conocí me siento igual.
Caminamos juntos por la calle iluminada por faroles, y cada paso junto a ella me hacía sentir un peso delicioso y peligroso en el pecho. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar cómo su cuerpo se había arqueado contra el mío, cómo sus labios habían respondido sin reserva, cómo su piel había encendido algo que llevaba años dormido. Me había enamorado, aunque intentara negarlo, aunque mi entrenamiento gritara que eso era un error mortal.
Ella me miró mientras caminábamos y, de repente, habló:
—¿En qué piensas?—preguntó.
—¿De verdad quieres saberlo?
Asintió.
—No dejo de pensar en tus dedos acariciando mi espalda mientras tu boca grita con gemidos de placer porque te estoy haciendo mía.
Su rostro enrojeció y su respiración comenzó a acelerarse mientras los recuerdos también volvían a su mente. Tiró de mi chaqueta para acercarme a ella y besó mis labios, hambrientos por mí. Me dejé llevar disfrutando de este momento, un momento que planeaba mantener para siempre.
Gimió separándose para respirar, porque hasta besando mantenía esa intensidad obsesiva. Si no necesitara oxígeno, juraría que estaría besándome por el resto de su vida.
—Me tienes obsesionada ¿lo sabes?—Admitió, revelando otra pieza real de su juego.
Y me atravesó como un disparo. La forma en que lo dijo, esa confesión juguetona y directa, despertó algo en mí que no podía ignorar. No era miedo, no era desconfianza; era fascinación. Fascinación por cómo podía ser tan directa, tan vulnerable y a la vez tan poderosa.
—Lo sé. ¿Quieres saber cómo?—pregunté.
Asintió.
—Porque yo también lo estoy por tí.
Sus ojos se abrieron ligeramente, y por un momento, el mundo se detuvo. Fue un instante perfecto y aterrador. Estaba revelando una verdad que no podía controlar: no podía dejar de pensar en ella, no podía dejar de desearla, y la idea de que alguien pudiera dañarla me llenaba de un miedo incontrolable.
La llevé a un lugar más apartado, una pequeña plaza desierta justo cuando gotas de lluvia comenzaban a caer con suavidad. Los goterones empapaban su cabello y su ropa, y cada movimiento suyo bajo el agua me hacía perder el control. Pero no podía simplemente abrazarla; debía medir mis gestos, controlar mis emociones… aunque fuera imposible.
—¿Estás bien? —pregunté, mientras mis manos la rodeaban, acercándola a mí sin perder la delicadeza.
—Sí… —murmuró, y su aliento se mezcló con el mío, húmedo por la lluvia—. Me gusta estar contigo.
La miré a los ojos, notando esa mezcla de emoción y miedo en su rostro. Era fascinante. Clara no solo era la mujer que debía eliminar; era la mujer que me estaba enseñando lo que significaba sentir.
El contacto de su piel contra la mía bajo la lluvia era hipnótico. Sus manos se aferraron a mi camisa, y yo dejé que un momento se prolongara más de lo que el deber permitiría. Me permití sentir, un lujo que no había tenido en años. Y aunque sabía que esto complicaba todo, no podía detenerlo.
—Gabriel… —susurró, con la voz temblorosa por la mezcla de frío y deseo—. ¿Qué me pasa?
—Nada malo —respondí, acariciando su rostro con cuidado—. Solo estás sintiendo lo que muchos no tienen el coraje de aceptar.
Ella se acercó, apoyando su frente contra la mía, y respiré su aroma, un olor a mujer, a lluvia, a vida. Por un instante, la misión desapareció. Solo existíamos nosotros, atrapados en un instante perfecto que desafiaba todo lo que yo sabía sobre la vida y la muerte.
—Clara —susurré, con voz baja y cargada de tensión—. No sabes lo que haces conmigo.
—Yo… solo… —titubeó, y yo sonreí ante su confusión—. Solo quiero estar contigo.
Y yo también lo quería. Pero había un muro invisible entre nosotros: mi deber, mi entrenamiento, el dinero de los mafiosos. Todo me recordaba que debía eliminarla, y cada fibra de mi cuerpo gritaba que no podía. Que no quería.
Sin embargo, la cercanía, el roce de sus manos, la intensidad de sus ojos y la suavidad de su voz me hacían olvidar el peligro. Me acerqué y la besé bajo la lluvia, dejando que el mundo se borrara alrededor. El beso no era solo deseo; era una confesión silenciosa de todo lo que sentía, de todo lo que no podía decir en palabras.
Mientras la abrazaba, sentí algo que hacía mucho tiempo había creído imposible: miedo. Miedo de perderla, miedo de que alguien la lastimara, miedo de que yo mismo fallara en protegerla. Pero ese miedo se mezcló con la euforia, con el deseo, con una certeza abrumadora: no permitiría que nadie la dañara.
—Gabriel… —susurró nuevamente, apoyando su frente contra la mía, con la respiración entrecortada mientras rodeaba mi cuello con sus manos—. No entiendo… no quiero que esto termine, nunca. Eres mío. Solo mío.
Y entonces sus verdaderos ojos se hicieron presentes. Esos ojos depredadores, obsesivos, peligrosos, criminales, que aterrarían a cualquiera pero no a mí. A mi me encendían como un farol en un manto de oscuridad total. Me excitaban, me alimentaban. Eran los ojos de la mujer que amaba. De la mujer que era mía. De mí mujer. Mia y de nadie más.
—Ni yo —susurré, acariciando su cabello mojado—. Ninguna de estas noches terminará mientras yo esté cerca.
La misión seguía siendo clara en mi mente, pero también mis sentimientos por ella. Si tenía que eliminar al resto del mundo para mantenerla a salvo, conmigo. Lo haría sin dudarlo un segundo. Rompería todas mis reglas por primera vez en mi vida. Pobre del que intentara arrebatármela porque abriría las puertas del infierno por ella.







