Mundo ficciónIniciar sesiónBIANCA DEVEREUX
— Amor. — Edward me abraza por la espalda mientras preparo la cena. — Iré con unos amigos a despejarnos un poco.
Me giro y hago un puchero.
— Pero nos estoy preparando la cena. — Lo abrazo por la cintura.
— Lo siento cariño, puedes guardarla en el microondas. — Me da un beso en la cabeza.
— Está bien, entonces me quedaré en casa y veré una serie.
— Prometo que te compensare esto.
Edwar planta un beso en mis labios y se va dejándome sola.
Solté la cuchara y coloque los ojos en blanco desde la cena de navidad desastrosa que tuvimos en familia, no dejo de pensar en Christopher y su beso, pero sobre todo la confesión de la relación con mi tia.
el timbre del departamento sono.
— Seguramente se le quedó algo a Edward. — Murmure por lo bajo. — Amor eres muy… — No termine, porque justo en frente de mí se encontraba Christopher. — ¿Que carajos haces aquí? — Me cruzo de brazos enojada.
— ¿Puedo entrar?
— No.
— Por favor Bianca tengo que explicarte lo que sucedió.
— Christopher todo está muy claro para mí, me rechazaste cuando te dije que me gustabas, regreso a casa y me entero que estás saliendo con mi tia Jazmin. ¿Acaso crees que me voy a arrastrar por ti?
Mi pregunta lo golpeó. Lo vi. Una contracción leve en la mandíbula. Un destello oscuro en los ojos.
Christopher no movió un músculo… hasta que lo hizo.
En un parpadeo, su mano se apoyó en la puerta, justo al lado de mi rostro, inclinándose hacia mí sin tocarme. Su proximidad me atravesó como electricidad. Podía oler su perfume. Podía sentir su respiración. Podía sentir que él temblaba.
No de ira.
De otra cosa.— Yo no quiero que te arrastres por mí. — murmuró, con la voz baja, peligrosa, ronca. — Quiero que vuelvas a mi, porque eres mía.
Suelto una carcajada llena de sarcasmo.
— Yo no soy tuya Christopher Varon
Christopher cerró los ojos por un segundo, como si mis palabras fueran un golpe. Cuando los abrió… había tormenta.
— Jazmín no significa nada. Nada.
— Es mi tía. — Y tú eres la única mujer que he deseado en toda mi maldita vida — soltó, sin poder contenerse.Mi respiración se detuvo.
Christopher dio un paso más, y ahora su pecho casi rozaba el mío, pero no me tocó. Era peor. Su control fue lo que me destruyó.
— No te rechacé porque no te quisiera, Bianca. Te rechacé porque… si te tocaba en ese momento no iba a poder detenerme.
Las palabras se quedaron suspendidas, cargadas, vivas.Mi corazón latió tan fuerte que dolió.
— No me mientas. — dije sin moverme. — No vengas aquí a confundir mi vida solo porque estás celoso.
Un sonido salió de él. Bajo. Oscuro.
— ¿Crees que estoy celoso porque ese niño te pone un anillo? — Su boca se acercó a mi oído, rozando el aire. — Estoy celoso porque él te toca… cuando el que debería devorarte soy yo.
Mi estómago se contrajo. Mis piernas también.
— Christopher…
— No — murmuró, bajando la mirada a mis labios sin disimulo — no digas mi nombre así. No cuando sabes lo que me hace.Mi espalda rozó la puerta. No lo había notado. Retrocedí sin querer. Él avanzó sin dudar.
Su mano libre se apoyó en la madera, encerrándome completamente.
— Bianca — dijo con la voz más baja que jamás le había oído — lo mío con Jazmín fue un error. Una borrachera. Un vacío. Nunca la toqué queriendo. Nunca fue amor. Nunca fue deseo. Si crees eso… me estás subestimando.
Tragué saliva, pero no me moví.
— Entonces ¿para qué estás aquí? — susurré.
Christopher me miró.
No como un hombre enamorado. No como un hombre dolido.Me miró como un hombre al borde.
— Para recuperar lo que es mío.
La puerta seguía detrás de mí.
Él seguía delante. Mi corazón seguía al borde de explotar.— No soy tuya. — murmuré aunque ni mi voz me creyó.
Christopher dejó caer su frente contra la mía, apenas un roce, pero suficiente para electrizarme entera. Su respiración rozó mis labios, su presencia me cercó por completo.
— Déjame demostrarte — murmuró con esa voz baja que me hacía perder la cordura — que puedo ser el único hombre en tu vida.
Sus manos descendieron por mi cintura con una lentitud calculada, casi cruel. Su toque ardía a través de mi ropa, firme, decidido, dueño de cada centímetro que reclamaba. Cuando llegó a mi cadera, no se detuvo. Bajó más… hasta que sus dedos rodearon con autoridad el contorno de mi trasero.
Y entonces lo hizo.
Un azote.
Rápido. Directo. Cargado de posesión.El aire se me escapó en un gemido descontrolado.
— ¡Chris! — grité sin poder evitarlo.
Él sonrió contra mi boca, esa sonrisa peligrosa que siempre había querido y temido.
— Sí, mi amor… — murmuró mientras me apretaba contra la puerta, inmovilizándome con su cuerpo — yo soy el dueño de tus gemidos.
Mis rodillas cedieron, pero él me sostuvo, una mano firme en mi cadera, la otra en la parte baja de mi espalda, obligándome a sentir cada línea de su cuerpo contra el mío.
— Te dije que no era Edward quien debía tocarte así — su voz era un roce caliente en mi oído — soy yo. Siempre he sido yo.
Deslizó sus labios por mi cuello, lento, reclamando. Cada movimiento era intencional, dominado, consciente de lo que provocaba.
— Christopher… esto está mal — susurré, pero mis manos ya se aferraban a su camisa, acercándolo más.
— No, mi cielo. Lo único mal aquí es haber fingido que no me deseas.
Sus dedos subieron por mi columna, deteniéndose justo donde sabía que me estremecía. — Mírame — ordenó. Lo hice, atrapada.Sus ojos estaban oscuros, consumidos por una mezcla de lujuria y adoración peligrosa.
— Quiero que entiendas algo: cuando estés conmigo, no vas a esconder tus sonidos, tus miradas, ni tus temblores. Todo eso será mío.
Rozó mis labios con los suyos, sin besarme todavía, torturándome con la distancia mínima. — Y tú también vas a ser mía. Completa.Mi respiración se quebró. Él lo sintió.
— Dame un sí, Bianca — dijo contra mi boca, su mano apretando mi cintura con autoridad — y te prometo que te voy a demostrar cómo se siente ser verdaderamente deseada… obedecida… y adorada.
Mi corazón latía salvaje, mi cuerpo atrapado entre la puerta y él. No podía pensar. Solo sentir.
Christopher me tomó suavemente del mentón, obligándome a mantener la mirada en la suya.
— Dilo.
Sus labios rozaron los míos en un susurro que me incendió.
— Dime que me quieres. O dime que quieres que me vaya.
Pero no me soltó.
Porque ya sabía la respuesta en el temblor de mis manos.— Sí… — solté, con la voz temblando, entregándome sin poder evitarlo.
No tuve tiempo de reaccionar cuando Christopher me cargó, sus brazos firmes rodeando mis piernas mientras me levantaba como si no pesara nada. Mi respiración se quedó atrapada en mi garganta. Su mirada… oscura, poseedora, ardía con algo que siempre había temido y deseado.
Caminó conmigo directo hacia mi habitación. Cada paso hacía que mi corazón golpeara más fuerte contra su pecho.
Cuando cruzamos la puerta, me dejó caer suavemente sobre la cama, pero su presencia se quedó encima de mí, dominándome incluso sin tocarme.
Christopher llevó las manos al borde de su camisa y, sin apartar los ojos de los míos, comenzó a desvestirse con una calma que me desarmó por completo. El modo en que se desabrochaba cada botón… lento, seguro, casi torturante, como si lo hiciera solo para ver cómo me mordía el labio.
Mi pecho se movía acelerado. Él lo notó. Claro que lo notó.
— Mírame, Bianca — ordenó con voz baja, ronca, cargada de poder.
Obedecí. No había otra opción.
La camisa cayó al suelo. Su torso quedó expuesto, firme, marcado, iluminado por la tenue luz de la habitación.
Se inclinó hacia mí despacio, apoyando una mano al lado de mi cabeza. Su aliento chocó con mis labios.
— Quiero que entiendas algo — susurró, rozando mi boca sin besarla. — Aquí, en esta habitación… tú no decides. Su otra mano subió a mi mandíbula, sujetándola con delicadeza firme, obligándome a mantener la mirada.— Yo marco el ritmo. Yo controlo cómo respiras… cómo tiemblas… — Su pulgar acarició mi labio inferior. — Y tú solo me sigues.
Un estremecimiento me atravesó entera.
Christopher bajó la mano hasta mi cuello, deslizando los dedos por la zona lateral, sin apretar, solo reclamando territorio.
— Ya sabes lo que me gusta, Bianca — murmuró contra mi oído. — Y sé que a ti también… te encanta que te lleve justo al límite.
Su risa baja vibró contra mi piel.
Luego sus manos descendieron lentamente por mis brazos, por mis costados, por mis muslos.
Cada roce era una promesa. Cada respiración, un mandato. Cada mirada, una entrega.Se enderezó apenas para observarme tendida frente a él, vulnerable, expuesta, suya.
— Voy a desvestirte yo — dijo con una firmeza suave, peligrosa. — No toques nada. No digas nada. Solo siente.
Su dedo recorrió mi cintura, deteniéndose justo donde comenzaba mi ropa, y entonces…
Christopher sonrió con esa mezcla de oscuridad y deseo que me partió el aliento.
— Esta noche, Bianca… vas a aprender exactamente lo que significa pertenecerme.







