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BIANCA DEVEREUX
— Tomame a mi. — Le susurre tomándolo del rostro. — Tomame tio.
Su rostro era impasible, me tomó de la nuca y estampa sus labios sobre los míos, y pude sentir como me elevaba al cielo, había deseado esto desde que tenía quince años y ahora lo estoy logrando a mis veintiuno.
Sus manos comienzan a recorrer todo mi cuerpo hasta llegar al corto final de mi minifalda, la cual me había colocado exclusivamente para él, su tacto caliente hace que mi piel se erice como nunca antes, ninguno de los hombres con los que he estado lograba emocionarme lo suficiente, como lo hace mi querido tío.
— ¡Dios! — Exclamó cuando soltó un azote en mi culo.
En un imprevisto su mano corre a mi cuello y me sujeta casi que en el aire, me cuesta respirar, pero este es el tipo de adrenalina que me gustaba.
— Escúchame bien Bianca. — Su voz rasposa y su olor amaderado hace que me desestabilice. — Ninguna zorra como tú hará que me olvide de Nohra.
Tome una gran bocanada de aire cuando me soltó, unas pequeñas lágrimas bajan por mis mejillas, no eran de tristeza, más bien era porque no podía respirar.
— Lárgate de mi casa, no quiero verte pisar este lugar o le dire a tus padres, lo que su dulce angelito está haciendo.
No me importaba lo que mis padres llegaran a pensar de mi.
— No me voy a rendir. — Hable con determinación. — Tu seras mio tarde o temprano.
Una sonrisa se asoma por mi rostro, cuando mi tío vuelve a tomarme del cuello y me estampa contra la pared.
— Eres una maldita zorra de lengua viperina, jamás caeré en tus piernas y mucho menos en la casa que compartía con Nohra.
— Lo que tu querida Nohra hizo fue arrebatarme al hombre de mi vida.
Christopher suelta una carcajada sin gracia.
— Estás desquiciada. Yo soy tu tío, el esposo de tu tia Nohra, hermana de tu madre.¿Cómo puedes hacerle esto a su memoria?
— Porque no eres mi tío de sangre, tu y yo no tenemos ningún parentesco. — Le respondo. — Tengo derecho a sentirme atraída por ti.
Llevo mis manos a su pecho hasta sus mejillas, acarició su barba de que apenas comenzaba a salir.
— Escuchame Christopher, tu ahora eres un hombre soltero, tarde o temprano vas a comenzar a salir con mujeres, pero yo puedo evitar ese tedioso proceso de conocer a otras personas, a mi ya me conoces desde… que tengo quince.
El silencio que siguió fue tan denso que sentí que el aire pesaba sobre mis hombros.
Christopher me miró como si intentara descifrar en qué momento me había convertido en esta versión de mí misma.—Bianca… —murmuró, y su tono no fue de ira, sino de agotamiento—. No sabes lo que estás diciendo.
—Lo sé perfectamente —lo interrumpí, acercándome un paso más.
Pude ver cómo sus manos se cerraban en puños, como si necesitara contener algo más que rabia.Su respiración se volvió áspera. La mía también.
Entre nosotros no había más de un palmo, pero la distancia emocional parecía infinita.—Te confundes —dijo, con la mirada clavada en el suelo—. Yo no soy el hombre que crees.
—Lo eres —contesté sin dudar—. Eres exactamente el hombre que he visto toda mi vida. El que no se quiebra, el que carga con el dolor y no se lo muestra a nadie. El que me enseñó a no temerle a nada… excepto a ti.
Christopher levantó la vista, y por un instante sentí que su corazón y el mío latían al mismo ritmo.
Esa mirada no era la de un tío. Tampoco la de un enemigo. Era la de alguien que luchaba contra sí mismo, y perdía.—No sigas —pidió, con la voz rasgada—. No me obligues a hacer algo de lo que ambos podríamos arrepentirnos.
—Entonces no lo pienses —susurré—. Siente.
Mis palabras lo golpearon como un disparo. Vi cómo su respiración se agitaba, cómo daba un paso hacia atrás, intentando escapar de un fuego que ya lo había alcanzado.
—Esto es un error —dijo al fin, girándose hacia la ventana—. Nohra… nunca me lo perdonaría.
—Nohra está muerta —susurré, sintiendo un nudo en la garganta—. Pero tú sigues vivo. Y sigues amándola tanto que te has olvidado de vivir.
Mi voz tembló. No quería sonar cruel, pero era verdad. Christopher vivía como un fantasma.
Y yo… yo había jurado devolverle el pulso.Él no respondió.
Solo se quedó allí, con la espalda hacia mí, los hombros tensos y el alma, probablemente, hecha pedazos.—No me odies por sentir —dije, apenas en un hilo de voz—. Solo mírame, aunque sea una vez… sin culpa.
Y cuando lo hizo, entendí que no todo fuego necesita tocar la piel para quemar.
Su mirada fue un golpe seco al pecho.
Era como si, por primera vez, se permitiera verme de verdad. No como la sobrina de su esposa, no como la niña que corría por el jardín con los zapatos embarrados… sino como la mujer que estaba frente a él, dispuesta a asumir las consecuencias de su deseo.Christopher dio un paso hacia mí, lento, calculado, pero cada uno de esos segundos dolía más que cualquier rechazo.
Su respiración chocaba contra la mía. Sus ojos, llenos de furia y algo más que no quería nombrar, recorrieron mi rostro.—No sabes lo que estás pidiendo, Bianca —murmuró.
Su voz era una mezcla de advertencia y derrota.—Sí lo sé —respondí, sin apartar la vista—. Y no me arrepiento.
Hubo un silencio que lo dijo todo.
Podía escuchar el tic tac del reloj, el golpeteo de la lluvia contra las ventanas, y el latido frenético de mi corazón pidiéndole que no se alejara.Christopher apartó la mirada, presionando los labios con frustración.
—Esto no puede seguir. No debe —susurró, y su tono era casi un ruego.—Entonces dime que no sientes nada —lo desafié—. Dímelo a la cara y me iré.
Él cerró los ojos un momento. Parecía luchar consigo mismo. Podía ver cómo tensaba la mandíbula, cómo se aferraba al último pedazo de cordura que le quedaba.
Pero cuando volvió a mirarme, su expresión cambió.
Había algo roto en su mirada. Algo que se negaba a morir.—Bianca… —dijo mi nombre con una suavidad que me heló la sangre—. No me pidas que mienta.
Mi garganta se cerró. No esperaba esa respuesta.
Por un instante, el mundo se redujo a ese espacio entre nosotros.No hubo palabras después.
Solo su silencio y el mío, entrelazados por algo que ninguno de los dos podía controlar.Sentí un nudo formarse en mi pecho.
Lo odiaba por resistirse, por contenerse, por no dejarme caer con él. Pero al mismo tiempo lo amaba más de lo que debía, porque incluso en su negación, seguía protegiéndome.Di un paso atrás, conteniendo las lágrimas.
—Entonces… tendrás que aprender a vivir con lo que negamos —susurré, antes de girarme hacia la puerta.Detrás de mí, escuché cómo exhalaba con fuerza.
No me llamó. No me detuvo. Y aun así, su silencio fue la forma más cruel de pedir que me quedara.Cuando salí de la casa, la lluvia comenzó a caer con fuerza.
Cada gota golpeaba mi piel como si el cielo quisiera recordarme que los pecados también se purifican con agua. Pero no había limpieza posible para lo que acababa de sentir.Porque el fuego ya estaba encendido.
Y aunque ninguno de los dos lo admitiera, ambos sabíamos que era solo cuestión de tiempo antes de que nos consumiera.






