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CAPÍTULO 2 ¿EL ES MEJOR QUE YO?

BIANCA DEVEREUX

2 AÑOS DESPUÉS 

—¡Mamá! —corrí a sus brazos, sintiendo cómo una ola de nostalgia me envolvía. Habían pasado dos años desde la última vez que la veía.

Dos años desde que decidí marcharme a la universidad para huir de todo… de los recuerdos, del deseo, y sobre todo, de Christopher.

Mi madre me miró con ojos brillantes, acariciándome el rostro con esa ternura que solo ella sabía ofrecer.

—¡Dios, estás hermosa! —exclamó, examinándome de pies a cabeza—. ¿Y dónde está tu prometido?

Me giré apenas cuando sentí los pasos firmes detrás de mí.

Edward Hale apareció con una sonrisa impecable y una caja de flores en las manos. Su elegancia era tan natural que contrastaba con el caos que aún llevaba dentro.

—Mucho gusto, señora Devereux —dijo, extendiéndole las flores—. Bianca me dijo que las petunias son sus favoritas.

—¡Por supuesto que lo son! —respondió mi madre con una sonrisa cálida mientras tomaba el ramo—. Las pondré en el centro de la mesa para que todos las vean… y, por supuesto, para presumirle a mis hermanas que mi Bianca ya está comprometida.

Los tres reímos. Por un momento, sentí que la vida volvía a tener sentido.

Había aprendido a fingir bien. A enterrar el pasado bajo promesas nuevas y anillos brillantes.

—Por cierto —dijo mi madre, con un tono casual que me heló la sangre—, también podrás conocer a Christopher. Es el tío favorito de Bianca.

El nombre cayó como un trueno silencioso entre nosotros.

Mi sonrisa se tensó, mi respiración se volvió irregular.

Sentí cómo Edward apretaba suavemente mi mano, sin saber el motivo del cambio en mi expresión.

—¿Christopher? —repetí, intentando sonar indiferente.

—Sí —dijo ella mientras colocaba las flores en un jarrón—. Cuando supo que vendrías, aceptó asistir. No lo hace desde hace años, pero esta vez dijo que quería verte… a todos nosotros, claro.

Intenté reír, pero la garganta me ardía.

No recordaba la última vez que lo había visto. Aunque, en realidad, lo recordaba todo. Cada palabra, cada mirada, cada línea que él había trazado entre lo correcto y lo prohibido.

Había jurado no volver a sentir ese fuego.

Y sin embargo, con solo escuchar su nombre, las cenizas volvieron a arder.

Edward me rodeó por la cintura y besó mi frente.

—Va a ser una noche especial —susurró, con una confianza que me dolía.

Sí, sería especial.

Pero no por las razones que él creía.

Todas mis tías estaban encantadas con Edward, pero yo estaba nerviosa por la llegada de Christopher, cada vez que el timbre de casa sonaba, pensaba que era él quien había llegado, pero las horas pasaban y él seguía sin llegar, hasta que escuche a una de mi tias gritar de emoción. 

— ¡Christopher!

— Creo que tu tio me acaba de quitar la atención. — Se mofa Edwar y yo me rio. 

— Christopher es muy querido por mi familia, el fue esposo de una de mis tias que ya fallecio, nadie sabe porque porque su salud era buena, y pues… él es huérfano y no tiene más familia que nosotros. — Le explique. Mientras acariciaba su nuca. 

— Si sigues acariciándome de esa forma de voy a empotrar en una de las miles de habitaciones que tiene esta mansión. 

Suelto una carcajada y me acerco a él para plantar un beso en sus labios, pero un carraspeo nos interrumpió. 

Ambos miramos en dirección al sonido. 

Ahí estaba él, vestido impecablemente como siempre. 

Y cuando nuestras miradas se conectan siento como una corriente recorre mi cuerpo hasta llegar a mi punto de excitación. 

— ¿Interrumpo? — Enarca una ceja y su voz gruesa y varonil me vuelve a estremecer. — ¿Quien carajos eres tu? 

— No le hables así. — Me levanto de donde estaba sentada, mientras le lanzo una mirada mortal a Christopher. — Él es mi prometido. 

— Mucho gusto. — Edward también se levanta y extiende su mano. — Edward Hale. 

Christopher lo miró por unos segundos sin devolverle el saludo, hasta que finalmente aceptó estrecharle la mano, aunque su gesto fue más una formalidad que una cortesía. Su mandíbula se tensó y la sonrisa que esbozó no le llegó a los ojos.

Christopher Varon —dijo con voz grave, casi en un susurro.

Edward asintió, sin darse cuenta del hilo invisible de tensión que acababa de formarse entre ellos.

Yo, en cambio, lo sentí todo. Cada mirada, cada silencio.

El aire se volvió más denso, casi irrespirable.

— Así que… mi sobrina se va a casar —comentó Christopher, girando su rostro hacia mí. Su tono era tan neutral que resultaba inquietante.

— Así es —respondí, intentando sonar segura—. Edward y yo estamos comprometidos desde hace tres meses.

— Qué rápido pasa el tiempo. —Su mirada se paseó lentamente por mí, como si intentara leer en mi rostro algo más que las palabras que decía.— Hace dos años eras solo una niña.

— Las niñas crecen —repliqué con una sonrisa tensa, aunque mis piernas temblaban bajo el vestido.

Edward, ajeno al intercambio cargado de electricidad, tomó mi mano con suavidad.

— Espero que también asistas a la boda —dijo con amabilidad.

Christopher entrecerró los ojos.

— No me lo perdería por nada del mundo. —Su voz sonó cortante, casi como una amenaza disfrazada de cortesía.

Mi madre irrumpió en la sala en ese momento, aliviando la tensión.

— ¡Christopher! Sabía que vendrías. Pasa, pasa, todos te extrañamos.

Mi tío asintió, dejando que ella lo abrazara. Yo, en cambio, aproveché el momento para soltar la mano de Edward y fingir que todo estaba bien.

Pero no lo estaba.

Porque, cuando Christopher volvió a mirarme, sus ojos se detuvieron en mis labios.

— Voy al baño. — Le digo a Edward para luego plantar un beso en sus labios. 

El pasillo del segundo piso estaba igual que siempre, silencioso, inmóvil, casi solemne. Las fotos en las paredes parecían observarme, recordándome quién había sido y quién había intentado dejar de ser.

Llegué a mi antigua habitación.

Tomé aire, giré la perilla y entré.

El cuarto olía a madera, a jabón, a tiempo detenido.

Me acerqué al espejo del tocador.

El reflejo me mostró exactamente la versión de mí que no quería dejar ver abajo:

ojos inquietos, respiración acelerada, la sombra de todo lo que alguna vez sentí.

Solté un suspiro y apoyé las manos sobre la mesa.

— Respira, Bianca… —me dije en voz muy baja.

Entonces escuché un golpe suave.

Un roce.

Algo acercándose.

Volteé hacia la puerta justo cuando esta se cerraba lentamente.

No por una corriente de aire.

Sino por una mano.

La suya.

Christopher estaba del otro lado.

Afuera.

Sin entrar.

Sin invadir.

Su sombra se dibujaba por debajo de la puerta.

— ¿Seguro que estás bien? —preguntó con esa voz profunda que parecía deslizarse por la madera.

Mi pecho se apretó.

— Sí… solo necesitaba un momento —respondí, tratando de sonar más fuerte de lo que me sentía.

Silencio.

Un silencio denso.

Pesado.

Con significado.

Luego él rió suavemente, sin humor.

— Siempre vienes aquí cuando algo te descoloca.

Mi corazón dio un vuelco.

— No me conoces tanto como crees —dije, sin convicción.

Otro silencio.

Más largo.

Más peligroso.

— Te conozco demasiado —murmuró—. Aunque preferirías que no.

Tragué saliva.

Mi mano se apretó contra el tocador.

Escuché cómo se apoyaba contra la puerta.

El leve sonido de su espalda o de su hombro deslizándose contra la madera.

— Ese tipo… Edward. —Su voz sonó tensa, casi como si le costara nombrarlo—. ¿Te trata bien?

— Muy bien —respondí al instante, como si necesitara proteger algo. O protegerme a mí misma.

Christopher inhaló profundo.

Ese pequeño ruido me recorrió la columna entera.

Da un paso hacia adelante y cierra la puerta detrás de él, caminaba a oscuras, pero podía divisar que venía en mi dirección. 

— ¿Y te puede tratar mejor que yo? — Susurra a mi oído cuando está lo suficientemente cerca de mi. 

— Él nunca me rechazó como lo hiciste tú. — Le respondo con valentía. — Así que aléjate de mí. 

Lo empujo lejos de mí, a lo que Christopher suelta una pequeña carcajada. 

— No te hagas ahora la difícil, porque yo se que dentro de lo más profundo de tu ser me sigues deseando. 

— Pues fijate que no te deseo. — Me cruzo de brazos. — Edward ha sabido darle los mejores orgasmos que alguna mujer haya tenido antes. 

Miento, de hecho no me sentia para nada satisfecha con el sexo que estaba teniendo con Edward, mis gustos son… muy peculiares. 

Noto como el semblante de Christopher cambia a uno más frío. 

— Debo decir que yo también he encontrado a alguien. 

— ¿A si? ¿Y quien es? 

— En la cena lo sabrás. 

Christopher se da media vuelta y sale de la habitación dejándome sola.

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