Mundo ficciónIniciar sesiónBIANCA DEVEREUX
Al bajar de mi habitación me voy directamente al comedor, donde todos estaban esperándome, me siento al lado de mi prometido y en frente de mi tio, me inclino a un lado y le doy un pequeño beso en los labios.
— ¡Aww son una pareja muy linda! — Dice mi tía Jazmin quien estaba sentada al lado de Christopher. — Seguramente sus hijos serán hermosos ¿No lo crees Chris?
— No. — Responde él de inmediato llamando la atención de los demás en la mesa. — No estoy preparado para ver a mi sobrina ser madre.
Concluye, a lo que mis tías y mi madre sonríen.
— Estoy segura de que Daniel estaría de tu lado. — Comenta mi madre acerca de mi difunto padre, el cual murió hace cinco años.
Edward seguía riendo con cada historia que mi madre contaba. Parecía encajar con naturalidad en el ambiente, como si hubiera convivido años con mi familia. Yo, sin embargo, sentía un peso en el pecho cada vez que intentaba relajarme. Enfrente estaba Christopher, y su mirada permanecía fija en mí con una intensidad que me resultaba casi incómoda. No participaba en las conversaciones; simplemente observaba, atento a cada gesto mío.
Intenté concentrarme en mi plato, pero era imposible ignorarlo. Cada vez que levantaba la vista, lo encontraba con ese mismo semblante: silencioso, calculador y demasiado consciente de mi presencia.
—Bianca —preguntó mi tía Jazmín con curiosidad—, ¿y cuándo será la boda?
Sonreí, intentando que mi voz sonara segura.
—Aún estamos organizando fechas. Quizá en mayo.
Edward tomó mi mano con ternura y la acercó a sus labios. Antes de que pudiera disfrutar del gesto, Christopher dejó los cubiertos sobre la mesa con fuerza. Todos lo miraron.
—¿Pasa algo, Chris? —preguntó mi madre.
Él sostuvo el silencio unos segundos, aunque no apartó la vista de mi anillo.
—Nada. Solo que mayo es un mes complicado.
Jazmín soltó una carcajada, como si creyera que se trataba de una broma, pero Christopher no sonrió. Edward intervino con amabilidad.
—Bueno, cuando tengamos la fecha exacta, ustedes serán los primeros en saberlo.
Christopher dirigió entonces una mirada directa a Edward. No era hostil, tampoco cordial. Era una observación lenta, como si lo evaluara con detalle.
—Claro —respondió.
Esa sola palabra bastó para helarme los dedos. Mi familia siguió conversando como si nada, pero yo sabía reconocer cuando Christopher estaba a punto de cruzar una línea.
—Bianca siempre ha sido impulsiva —comentó con tono aparentemente neutro—. Le cuesta tomar decisiones con calma.
El silencio en la mesa duró un segundo, apenas perceptible. Mi madre sonrió como si la frase fuera parte de un recuerdo gracioso. Jazmín rodó los ojos. Edward rió con suavidad. Pero yo sabía lo que realmente significaba. Él estaba recordando lo que había pasado entre nosotros. Estaba insinuándolo. Reclamándolo sin decirlo.
Respiré hondo y lo miré directamente.
—He cambiado mucho, Christopher. Ya no soy una niña.
Él levantó la vista hacia mí. No había dulzura, tampoco molestia, sino algo distinto: una mezcla de reconocimiento, desafío y un tipo de interés que me hizo latir el corazón más rápido. Me mantuve firme. No quería darle la sensación de que tenía control sobre mí.
—Y esta decisión —añadí señalando mi anillo— es la más segura que he tomado en años.
Christopher no retiró la mirada. Parecía analizar cada palabra que decía, como si estuviera revisando su veracidad. Finalmente, una sonrisa breve, apenas marcada en una de las comisuras, cruzó su rostro. No era amable. Tampoco irónica. Era una sonrisa contenida que ocultaba más de lo que revelaba.
—Ya veremos —respondió en voz lo bastante baja como para que solo yo lo escuchara.
Mi cuerpo reaccionó de inmediato con un estremecimiento involuntario que no pude controlar. Intenté ocultarlo tomando el vaso de agua. Edward, ajeno a lo que acababa de ocurrir, me acarició la mano bajo la mesa. Yo asentí, fingiendo que todo estaba bien. Fingiendo que Christopher no había reabierto de golpe todo lo que había intentado enterrar.
Cuando la cena terminó, todos nos trasladamos a la sala de estar para beber un poco. Las risas llenaban el espacio, las conversaciones iban y venían, y el ambiente se había vuelto ligero, cómodo. Todas las sillas estaban ocupadas, así que me senté sobre el regazo de Edward. Él sonrió, rodeándome la cintura con un brazo, mientras seguía conversando con mi madre.
Yo fingía escuchar, pero sentía algo más. Esa sensación tirante detrás de mi nuca. Esa presencia. Levanté la mirada y, como esperaba, mis ojos se cruzaron con los de Christopher.
No estaba molesto. Tampoco distante. Me observaba como si intentara descifrarme, como si lo que acababa de ver lo hubiera llenado de un veneno lento. Y aun así, no apartó la mirada. Ni una sola vez.
Me incliné hacia Edward, intentando concentrarme en él. Se lo debía. Pero incluso así, algo dentro de mí sabía que estaba perdiendo la batalla. Que ya la había perdido desde antes de comenzar.
En cuanto Edward se levantó para ir por más hielo, yo también me levanté, diciendo que necesitaba aire. Caminé hacia el pasillo lateral que daba al jardín. El ruido se fue apagando detrás de mí, y el silencio me envolvió de inmediato.
Estaba por abrir la puerta cuando una mano grande se apoyó junto a mi cabeza.
Christopher.
Me giré lentamente. Él ya estaba demasiado cerca. Lo suficiente para que el leve olor a whisky y su perfume me golpeara como un recuerdo prohibido.
—¿Qué estás haciendo? —susurré, sin poder retroceder porque su cuerpo ya ocupaba todo mi espacio.
—Mirarte —respondió sin dudar—. Algo que llevas toda la noche evitándome.
Mi respiración se aceleró. Él bajó la mirada hacia mi boca, luego volvió a mis ojos. No había rabia. No había distancia. Había hambre. Una muy vieja. Una que reconocí al instante.
—Christopher… no deberías…
—¿No debería qué? —interrumpió, su voz baja, áspera, peligrosa—. ¿No debería notar cómo te tensas cuando ese muchacho te toca? ¿Cómo te muerdes el labio cada vez que siento tu mirada sobre mí? ¿O cómo te tembló la mano cuando te sentaste sobre él?
Mi corazón latía tan fuerte que no sabía si él podía escucharlo.
—Eres mi tío… —intenté decir, pero él negó despacio.
—Y aun así —murmuró inclinándose más, su nariz rozando la mía— sigues sabiendo exactamente a qué me provocas.
Quise apartarme. Lo intenté. Pero él colocó una mano en mi cintura, firme, posesiva, arrastrándome hacia él hasta que no quedó ni un centímetro entre nosotros.
—No me odies por querer sentir —susurró—. No después de todo lo que tú me hiciste sentir primero.
Mi aliento se quebró. Y antes de que pudiera decir algo más, sus labios chocaron con los míos.
Fue un beso abrupto, desesperado, como si hubiera estado conteniéndolo durante años. Mi cuerpo respondió antes que mi mente: mis manos se aferraron a su camisa, mis piernas temblaron, mi pecho ardió con una mezcla de miedo, deseo y algo que no quería nombrar.
Él profundizó el beso como si estuviera reclamando algo suyo. Como si nunca hubiera tenido intención de contenerse.
Cuando finalmente se separó, sus labios aún rozaban los míos; su voz sonó más rota de lo que jamás se la había escuchado:
—Tú empezaste este incendio, Bianca. Y no voy a seguir fingiendo que no me estoy quemando.
Un ruido lejano —la risa de Edward— resonó desde la sala.
Christopher me soltó lentamente… pero no retrocedió. No aún.
—Vuelve con él —ordenó en un murmullo oscuro—. Antes de que olvide que debo dejarte ir.
Pero el problema era que yo ya no podía moverme.
Porque él todavía estaba respirando contra mi boca.
Y yo todavía quería más.







