Bajo la tormenta
Alondra no pudo más con la confusión que la ahogaba. La habitación se le hacía un encierro insoportable, y aquella cadena con el dije en forma de medio corazón parecía quemarle la piel cada vez que la tocaba. Decidió buscar respuestas por sí misma.
Abrió el cajón de su cómoda y colocó uno a uno todos los regalos que había recibido en secreto. El pañuelo bordado, las flores secas, los pequeños objetos que habían llegado con notas anónimas… cada detalle que la había ilusionado. Luego tomó todas las cartas y las pegó con cuidado en el espejo grande de su habitación.
Se quedó de pie frente a su reflejo, leyendo una y otra vez aquellas palabras. Sus ojos se movían de una frase a otra, tratando de encontrar una señal definitiva. Y aunque las letras gritaban el nombre de Camilo, su corazón le repetía con terquedad que no podía ser él.
—No… —susurró, acariciando con la yema de los dedos una de las notas—. No es Camilo… no puede ser.
La madrugada la sorprendió así, de pie fren