Unos días después de la operación, la calma volvió poco a poco. Don Emiliano y los demás habían regresado a Pueblo Chico con la noticia de que Alondra estaba fuera de peligro. Solo Carlos se quedó a su lado, velando cada respiro y cada movimiento, como si temiera perderla de nuevo.
El médico entró a la habitación con su bata blanca y una sonrisa satisfecha.
—Bueno, señorita —dijo, revisando el expediente—, todo está en orden. Solo debes descansar unos días más y regresar para la última revisión. —Sacó un papel y se lo extendió—. Aquí tienes el alta médica y la próxima cita.
Alondra tomó el documento y se puso de pie despacio, todavía un poco débil. Carlos, que la esperaba en la puerta, la recibió con un ramo de rosas amarillas.
—Para ti, mi vida —susurró él, acercándole las flores.
Alondra lo miró sorprendida, con una sonrisa tímida que le iluminó el rostro.
—Ay, Carlos… ¿y esas rosas? —preguntó.
—Son como tú, fuertes y llenas de luz. —Le acarició la mejilla con ternura—. Y porque qui