Capítulo 59
Alondra trataba de mantener la calma, aunque por dentro el corazón le golpeaba el pecho como si quisiera romperle las costillas. Tenía la respiración entrecortada, el aire le faltaba, pero en su mente buscaba con desesperación una manera de escapar.
El hombre, de rostro cubierto y vestido completamente de negro, jugaba con el arma en sus manos: una pistola que brillaba bajo la luz tenue de la habitación. Con una frialdad escalofriante, rozaba el cañón contra su rostro, bajando lentamente hasta el pecho de ella, como si disfrutara de su miedo.
Los minutos se hicieron eternos. El silencio pesaba como una condena. Alondra cerró los ojos y, con voz firme, quebrada por la rabia, se atrevió a hablar:
—¿Qué es lo que quieres? Termina con esto de una vez…
El hombre no respondió. Solo la miraba, inmóvil, detrás de aquella máscara de sombras. Su silencio era más cruel que cualquier amenaza.
—¿Quién eres? —lo desafió ella, con un hilo de voz cargado de furia—. ¡Cobarde! Haz lo que te