El desafío
La mañana en La Esperanza había despertado serena, con los gallos saludando el día y el sol abriéndose paso entre la neblina que se disolvía poco a poco sobre los campos. El aire fresco llevaba consigo el olor de la tierra húmeda, de las flores del jardín y de los establos lejanos. Sin embargo, para Alondra esa calma era una mentira cruel.
Caminaba sola por el jardín con la mirada perdida, sosteniendo una taza de café que ya se había enfriado entre sus manos. El silencio no le daba paz; en su mente se repetía una y otra vez la amarga sensación del beso de Camilo y la imagen insoportable de Carlos con aquella mujer en el bar.
—No pudo ser —murmuró en voz baja, como si hablara consigo misma—. No puede ser él… ¿Cómo es posible que Camilo haya sido todo este tiempo el que me amaba en secreto?
El peso de la revelación le oprimía el pecho. Dio un sorbo al café, pero la bebida estaba tan fría y amarga como los pensamientos que la devoraban.
—Qué tonta soy… —se recriminó con un nu