A la mañana siguiente, Carlos salió con su equipaje hasta la sala principal. Don Emiliano lo esperaba, y al ver las maletas, se quedó un momento en silencio, sorprendido.Carlos Gutiérrez tenía el rostro pálido, los ojos marcados por el desvelo.Manuela lo saludó con una sonrisa cálida.—Ven, siéntate. El desayuno está listo —dijo con dulzura.—Gracias, es usted muy amable —respondió Carlos—. Pero antes, quisiera pedirles un favor.—Lo que digas, hijo —intervino Don Emiliano—. Esta es tu casa. Somos tu familia ahora.Carlos se sentó a la mesa, aunque apenas tocó el desayuno. Luego, con voz baja, dijo:—Después del desayuno, me gustaría regresar al pueblo.—¿Necesitas algo? —preguntó Don Emiliano, preocupado—. Puedo mandar a uno de los muchachos.—No, gracias. Me regreso a la ciudad —dijo Carlos con tono cansado—. Es verdad que las empresas Gutiérrez están en quiebra, pero saldré adelante con mi padre. De corazón, gracias por todo.Don Emiliano se puso serio. Sus ojos se entrecerraron
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