El cielo de Londres se encontraba gris aquella mañana, pero dentro del atelier, los ventanales filtraban una luz suave, casi dorada, que se extendía sobre las telas y los maniquíes. Violeta estaba de pie frente a un espejo de cuerpo entero, con el corazón palpitándole en el pecho mientras la diseñadora ajustaba la caída del vestido.
El vestido de novia era como una obra de arte: delicado, etéreo, con encaje en el corsé y una falda que se abría como una nube en tonos marfil. Cada puntada parecía hecha para ella, aunque todavía no terminaba de creer que se casaría. A su lado, Liam observaba en silencio, con una expresión que mezclaba sorpresa, ternura y algo que ni él mismo sabía cómo nombrar.
—No me mires así —murmuró Violeta, ruborizándose mientras la costurera la hacía girar para ver los pliegues del faldón.
—¿Así cómo? —preguntó él con una sonrisa contenida.
—Como si fuera… —hizo una pausa, insegura— como si fuera real.
Liam la observó, sin apartar la vista. —Lo es.
Ella evit