Hope despertó con la cabeza palpitante, como si un martillo golpeara su cráneo desde dentro.
La luz que entraba por la ventana le dio directo en los ojos y soltó un quejido, enterrando el rostro en la almohada.
Todo olía distinto. No era su habitación. Ni sus sábanas. Ni su colchón con la forma de siempre.
Abrió un ojo y lo primero que vio fue el techo blanco, demasiado alto, con molduras y una lámpara moderna que jamás había visto.
Se incorporó lentamente, con la sábana hasta la barbilla, intentando procesar lo obvio.
—No... —susurró—. No, no, no...
Giró la cabeza y, al otro lado de la habitación, vio una chaqueta masculina sobre una silla, una guitarra apoyada contra la pared… y un par de zapatos de hombre.
—Por favor, que sea una pesadilla —dijo con voz temblorosa.
El sonido del agua corriendo en la ducha la hizo congelarse.
Su corazón se detuvo.
No, imposible.
La puerta del baño se abrió, y del vapor emergió Eugene Withmore, con una toalla blanca ajustada a la cintura, el cabello