Las semanas pasaron con la rapidez de las hojas cayendo en otoño. Hope apenas tenía tiempo para respirar entre los proyectos, las lecturas y las presentaciones grupales. La universidad parecía absorberle cada minuto del día, y Eugene se había convertido en un recuerdo persistente que aparecía solo en notificaciones de mensajes no leídos.
No es que no quisiera verlo. Solo… necesitaba espacio. O al menos eso se repetía cada vez que miraba el fondo de pantalla de su celular, donde una foto de ambos —una simple selfie para mantener el teatro ante sus familias— parecía mirarla con ironía.
—Hope, ¿puedes revisar los apuntes sobre el experimento? —preguntó Marco, su compañero de equipo, sacándola de sus pensamientos.
Ella parpadeó y asintió, hojeando las hojas impresas frente a ella.
—Sí, ya casi termino.
El grupo trabajaba en una mesa al aire libre, bajo el techo de vidrio de la biblioteca central. Las luces cálidas y el murmullo de voces de otros estudiantes creaban un ambiente que invitab