El espejo reflejaba el temblor apenas perceptible de las manos de Violeta mientras terminaba de colocarse los pendientes. Su respiración era lenta, medida, pero el corazón latía con fuerza en su pecho. Aquel día no era uno cualquiera: esa noche se celebraría su fiesta de compromiso con Liam Rothwell.
El vestido que Emma había elegido para ella descansaba sobre su cuerpo como un suave susurro de elegancia. De un tono lavanda degradado que se desvanecía en un violeta profundo, el diseño se ajustaba con sutileza a su figura, dejando sus hombros descubiertos y resaltando el brillo cálido de su piel. El cabello, recogido en un moño bajo, dejaba libres algunos mechones que enmarcaban su rostro; un rostro donde el nerviosismo y la determinación se mezclaban como dos luces opuestas.
No se sentía una princesa, ni una heredera. Se sentía una impostora. Pero también, una mujer que había hecho una promesa.
Prometió que cumpliría con su parte del trato, que devolvería cada centavo que Liam