Cleo Morel tiene veinte años, una beca universitaria y una determinación peligrosa. Durante sus visitas a la mansión de su mejor amiga, comienza a cruzarse con el hombre que lo tiene todo: prestigio, poder y un apellido que impone respeto. Lo que Cleo no esperaba era que ese hombre, el brillante abogado Nerón Valmont, tutor legal de su amiga, terminaría siendo también su profesor en la universidad. Entre clases, pasillos y silencios cargados, lo que empezó como una admiración silenciosa se convierte en una obsesión que arde bajo la piel. Y cuando Cleo decide subastar su virginidad en un foro clandestino, solo por juego, no imagina quién estará dispuesto a pagar el precio más alto. Hasta que llega al hotel, lista para entregarse… y lo encuentra a él; Nerón Valmont la ha comprado. Y lo que ocurre después rompe todas las reglas. En ese juego de poder, tensión contenida y secretos familiares, cada paso que da la acerca más al borde. Porque desear a un hombre como él no solo está mal. Es un pecado. Uno que podría destruirlos a todos. El Tío de mi Amiga es una novela de erotismo psicológico, atracción prohibida y vínculos que arden donde no deberían. Una historia donde el deseo es una fuerza silenciosa… hasta que lo consume todo.
Leer másCapítulo 1 —Todos ofertaron, pero yo gané.
Narrador:
La alfombra del pasillo amortiguaba sus pasos, pero dentro de su cabeza, todo retumbaba como una marcha fúnebre.
—Cleo, piensa. —se dijo —Es solo una noche, una mal*dita noche, y pagarán el semestre completo. No… toda la carrera... toda. Podrás graduarte, ser alguien. No es prostitución si es por un sueño, ¿cierto? —La voz dentro de ella era débil, temblorosa, pero insistente. —Solo esta vez, solo hoy, solo por eso. —Repitió las frases como un rezo mientras avanzaba por el corredor silencioso de un hotel demasiado lujoso. Olía a perfumes caros, a pecado oculto entre muros insonorizados. —Una noche... una sola, y una fortuna a cambio de lo más inútil que tengo. ¿Quién le da valor a una virginidad hoy en día?
Cuando llegó frente a la habitación, su corazón golpeaba como un puño histérico dentro del pecho. El número estaba escrito en una tarjeta blanca que le habían dado sin nombre, sin explicación. Solo una indicación: “Pasa, está abierta”. Tomó aire y empujó. El lugar estaba en penumbra, iluminado apenas por las luces tenues de las lámparas junto a la cama. La habitación estaba vacía. No había nadie. Pero sobre la cama… una caja ne*gra con una nota escrita a mano, sin firma: Póntelo.
Ella se quedó congelada. Dentro de la caja, un conjunto de lencería que jamás habría imaginado tener entre sus dedos. Neg*ro, con encaje apenas visible, una tela que parecía hecha para pecar. Y al lado, unos tacones que dejaban más piel expuesta que cubierta. Cleo tragó saliva. Miró a su alrededor, pero no había nadie. Sintió náuseas y luego furia. Pero al final, ganó el miedo.
—Todo esto es por tu carrera, Cleo. Vas a ser abogada. Vas a graduarte. Vas a dejar de mendigar becas y favores a tu media hermana. Solo... hazlo.
Se desvistió lentamente. Sintió el temblor en sus manos al ponerse la prenda diminuta. El frío del aire acondicionado mordiendo sus muslos desnudos. El ardor en las mejillas. No se miró en el espejo... no podía, la vergüenza le ganaba. Los tacones le costaron más que el resto. Pero se los puso. Luego esperó, minutos que se arrastraron como horas, de pie, de espaldas a la puerta, como si eso pudiera darle algún tipo de control. Mordiéndose los labios. Sintiéndose una impostora en su propia piel. Y entonces… la cerradura giró y la puerta se abrió, con una letitud tortuosa. Ella no se giró, no se movió. Solo se irguió un poco, apretó la mandíbula. Sintió la presencia. El peso de unos ojos que la recorrían desde atrás como un láser caliente. Unos pasos firmes y medidos, cruzaron la alfombra hasta detenerse detrás de ella. El silencio se hizo espeso. Cleo seguía ahí, parada, rígida, sin darse vuelta. No quería confirmar lo que temía, no podía. Su respiración se aceleraba sin permiso. Entonces sintió la cercanía, el calor de su cuerpo detrás del suyo, apenas separado. Un perfume que le resultó familiar, tan masculino y penetrante, como si la envolviera sin tocarla. Hasta que lo hizo. Sus dedos, firmes y cálidos, rozaron la piel expuesta de sus muñecas. Cleo dio un leve respingo, pero no se movió. Él continuó, trazando una línea lenta y tortuosa hacia sus antebrazos, luego subiendo por los brazos desnudos hasta los hombros. La piel se le erizó cuando sus manos llegaron a su cuello, no la apretaron, la acariciaron, como si la dibujaran, como si quisieran conocerla, memorizarla. Y entonces... la boca. Un beso, húmedo y profundo, sobre la curva de su cuello, otro más arriba y otro detrás de la oreja. Cleo se estremeció con un gemido ahogado. No se atrevía a moverse.
—Mmm… —gruñó él, bajo, gutural, como si cada segundo le costara mucho autocontrol.
Ella sintió el jadeo contra su nuca, el temblor en sus propias piernas, la humedad traicionera entre los muslos. Las manos de él descendieron por su clavícula hasta el escote. Le rozó el borde del encaje. Acarició, tanteó, apretó. Sin piedad. Tocándola con hambre, sin disimulo, como si le perteneciera. Como si ya fuera suya. Ella apretó los párpados con fuerza. Y entonces, lo inevitable. Él la tomó por la cintura y la giró con un solo movimiento. Ella mantuvo los ojos cerrados y apretados, como si el no mirar pudiera borrar lo que estaba sintiendo.
—Abre los ojos —ordenó él, su voz más ronca que nunca. Ella tembló. —Vamos, Cleo. Ábrelos. Quiero verte ahora.
Ella los abrió muy lentamente y el mundo se rompió.
—No… —susurró, apenas audible, como si quisiera negar lo que ya era evidente.
Nerón Valmont estaba frente a ella. El abogado... el tío de su amiga... su profesor. El mismo al que admiraba. El mismo que la intimidaba. El que había leído todos sus ensayos con esa mirada que parecía desnudarla en clase. El mismo que ahora la había comprado y la miraba con una mezcla de deseo y poder que daba miedo.
—¿Usted…? —logró decir, con la voz quebrada.
—¿Sorprendida? —Él sonrió, apenas.
Ella lo miró por primera vez. Lo miró de verdad. Con la garganta seca, con las manos temblando.
—No sabía… —balbuceó —No sabía que… usted…
—¿Hubieras preferido desconocido? ¿Un anónimo? ¿Un degenerado cualquiera con dinero? —preguntó él, sin levantar la voz —Lamanto mucho decepcionate, Cleo, pero fui yo.
Ella dio un paso atrás. Él la siguió.
—¿Por qué?
—Porque pude, porque quise —respondió —Porque todos ofertaron, pero al final yo gané.
Ella abrió la boca... cerró la boca y la volvió abrir.
—No puede… no puede hacerme esto —susurró.
Él sonrió, con los labios apenas curvados. Sin rastro de dulzura.
—En realidad yo no te hice nada. Esta noche, tu virginidad tenía un precio, yo solo lo pagué.
—Pero no… —intentó— no pensaba que…
—Que yo sería capaz —completó él, y entonces la arrinconó contra la pared sin tocarla, solo con su presencia, con esa sombra que siempre la aplastaba desde el primer día.
—¿Qué quiere de mí?
Él se inclinó, muy cerca. El perfume amaderado, su respiración medida, el brillo peligroso en los ojos. Ella tragó saliva y cerró los ojos. Inclinó apenas el rostro hacia él, como si se entregara. Como si esa palabra estuviera por nacer entre sus labios. Y entonces… Él la alzó en brazos. Ella ahogó un jadeo. No era una caricia. No era una insinuación. Era posesión pura.
La llevó hasta la cama y la dejó recostada con una lentitud tan peligrosa como un arma cargada. Se inclinó sobre ella, pero no la tocó, solo la miró. Y luego… rozando sus labios en el oído, le dijo algo en voz baja. Cleo abrió los ojos de golpe. Se quedó inmóvil. Sus labios entreabiertos, su respiración agitada. El pecho subía y bajaba con violencia. Él se mantuvo allí, tan cerca que el aire parecía incendiarse entre sus cuerpos. Su mano rozó el borde de su muslo. El silencio se volvió insoportable. Entonces, ella cerró los ojos otra vez.
Capítulo 9 —A mi casaNarrador:Romina estaba sentada en la cocina, removiendo distraídamente su taza de té. Hablaba con tono animado, aunque Nerón apenas le prestaba atención.—Pensaba que podríamos invitar a Lía a cenar con nosotros —sugirió ella, con su sonrisa más diplomática —Hace tiempo que no la veo, y sería bueno compartir un momento en familia.Nerón no respondió de inmediato. Sabía que a Romina no le interesaba realmente pasar tiempo con su sobrina. Solo buscaba quedar bien. Aun así, asintió con cortesía.—Veré si está en su habitación —dijo, más por terminar la conversación que por interés real.Se dirigió al dormitorio de Lía, tocó la puerta con suavidad y la abrió. Estaba vacío. La cama sin tender, la ventana abierta, una chaqueta colgada en el respaldo de la silla. Nada fuera de lo común. Nerón no se alarmó. Lía solía salir sin avisar, y aunque no aprobaba del todo su falta de consideración, entendía que ya no era una niña. Cerró la puerta y dio un paso hacia el pasillo,
Capítulo 8 —Unos dólaresNarrador:El sonido agudo de la alarma marcó el final de la clase. Los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas con la ansiedad habitual del mediodía, sillas que se arrastraban, mochilas que se cerraban, susurros de planes y mensajes de voz sin enviar. Nerón no se movió. Siguió allí, de pie, con las manos apoyadas sobre el escritorio, la mirada fija en la sala, pero sin mirar a nadie en particular. Hasta que su voz rompió el bullicio con la claridad y firmeza de una orden disfrazada de invitación.—¿Alguien tiene una pregunta?El aula quedó en silencio. Él no buscaba cualquier pregunta, él buscaba esa, esa voz, esos ojos, a ella. Esperó... pero Cleo no se levantó. No hizo ni el más mínimo ademán de moverse hacia él. Cerró su cuaderno con lentitud, lo guardó en la mochila, se levantó con elegancia y se sumó a la fila de salida como si nada la afectara. Como si no supiera que lo estaba dejando con la pregunta colgando en la lengua. Los estudiantes fueron salie
Capítulo 7 —ConsentimientoNarrador:Cleo cerró la puerta con el mismo sigilo con que una ladrona se cuela en casa ajena. Soltó la mochila, pateó los zapatos y dejó que el silencio la envolviera. La nota en el espejo fue un regalo del universo: “Me fui con Lucho. No esperes que vuelva temprano”.—Gracias, bendita calentura ajena —murmuró, sonriendo sola.Se sentó al borde de la cama, pero no por mucho. Se levantó enseguida, caminando en círculos como si pudiera sacarse de encima lo que sentía con solo moverse. Pero no. Nerón seguía ahí; en su cabeza, en su piel, en la boca. —Maldita colilla de cigarro. —gruñóSe metió al baño, se desnudó con lentitud. Mientras la camiseta se deslizaba por sus brazos, murmuró:—No es para tanto… solo fue una conversación. Un cigarro, un… roce de labios indirecto.Pero su cuerpo no le creía. El agua de la ducha cayó sobre ella como una promesa de control, de purga. Cerró los ojos. Se enjuagó despacio. Cuando pasó la esponja por sus pechos, sus pezones s
Capítulo 6 —Fue... diferenteNarrador:El chirrido metálico de la reja al abrirse rompió el silencio de la madrugada. Las ruedas del coche se deslizaban por el empedrado con una cadencia lenta, medida, como si hasta eso supiera que él no tenía prisa por llegar… y sin embargo, necesitaba entrar.Apenas cruzó el umbral de la mansión, se quitó la chaqueta y la dejó caer en el respaldo del primer sillón. No encendió luces, no saludó a nadie. Ni siquiera comprobó si había alguien más despierto. Solo caminó, directo, como si sus pies supieran exactamente adónde lo llevaban.Subió las escaleras sin mirar atrás, sin detenerse. La tensión le recorría los músculos, apretándole la mandíbula, dándole filo a cada respiración. El aire nocturno aún olía a humo de cigarrillo y a perfume femenino, pero no a cualquier perfume, al de Cloe. A algo que no debió pasar, pero que tampoco quiso detener.Cuando abrió la puerta del dormitorio, Romina ya lo esperaba. Reclinada contra los almohadones, desnuda bajo
Capitulo 5 —SecretosNarrador:—¿Qué te pareció la clase de hoy? —preguntó él, con voz baja, como si no quisiera romper del todo el ambiente espeso que los rodeaba.Cleo giró apenas el rostro hacia él, con esa media sonrisa que no terminaba nunca de ser inocente.—Interesante —respondió —Aunque usted parecía algo... distraído.—¿Distraído?—Bueno, no lo culpo. Siempre hay mucho que observar desde el estrado.Nerón la miró en silencio. No se rió, ni respondió de inmediato. Solo la observó.—Es curioso —dijo al fin —Yo habría jurado que la distraída eras tú.—Tal vez lo estaba.—¿Por el contenido?—Por el docente.La respuesta quedó suspendida en el aire, como una nota disonante que no busca ser corregida. Nerón desvió la mirada al frente. Se frotó el anillo que llevaba en la mano derecha, un gesto automático, casi imperceptible.—Tienes agallas —murmuró.—Tengo práctica —contestó ella con suavidad —Y usted tiene el tipo de presencia que vuelve difícil prestar atención a otra cosa.—Eso
Capítulo 4 —PerfumeNarrador:El aula estaba llena. Alumnos dispersos en grupos, cuadernos abiertos, portátiles encendidos. Algunos cuchicheaban, otros bostezaban, unos pocos hojeaban textos. Nerón Valmont observaba desde el escritorio, las manos cruzadas detrás de la espalda, mientras el murmullo general disminuía apenas con su presencia.—Vamos a comenzar —anunció con tono firme, como si no se tratara de una sugerencia.No era necesario que alzara la voz. Tenía esa autoridad natural, esa gravedad sobria que hacía que hasta los más distraídos se enderezaran. Abrió su cuaderno de apuntes y deslizó la mirada por los primeros renglones. Y entonces, la puerta se abrió. El murmullo volvió, suave pero inevitable.—Perdón —dijo Cleo, entrando con la carpeta apretada contra el pecho —Me perdí buscando el aula. Es mi primer día en esta clase.Nerón se quedó inmóvil. Literalmente inmóvil. Solo la miró, con los labios entreabiertos y las cejas apenas alzadas. Como si acabara de ver un espectro
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