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Capitulo 5 —Secretos

Capitulo 5 —Secretos

Narrador:

—¿Qué te pareció la clase de hoy? —preguntó él, con voz baja, como si no quisiera romper del todo el ambiente espeso que los rodeaba.

Cleo giró apenas el rostro hacia él, con esa media sonrisa que no terminaba nunca de ser inocente.

—Interesante —respondió —Aunque usted parecía algo... distraído.

—¿Distraído?

—Bueno, no lo culpo. Siempre hay mucho que observar desde el estrado.

Nerón la miró en silencio. No se rió, ni respondió de inmediato. Solo la observó.

—Es curioso —dijo al fin —Yo habría jurado que la distraída eras tú.

—Tal vez lo estaba.

—¿Por el contenido?

—Por el docente.

La respuesta quedó suspendida en el aire, como una nota disonante que no busca ser corregida. Nerón desvió la mirada al frente. Se frotó el anillo que llevaba en la mano derecha, un gesto automático, casi imperceptible.

—Tienes agallas —murmuró.

—Tengo práctica —contestó ella con suavidad —Y usted tiene el tipo de presencia que vuelve difícil prestar atención a otra cosa.

—Eso no es un elogio, Morel.

—Lo sé —dijo —Es una advertencia. Para ambos.

Él la miró de nuevo, con la expresión de quien se está metiendo, a conciencia, en un sitio del que no va a poder salir ileso.

—Buenas noches, Cleo.

—Buenas noches, doctor.

Pero ninguno de los dos se levantó. Cleo llevó la mano al bolsillo de su abrigo y sacó otro cigarrillo. Lo encendió con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo. La brasa iluminó fugazmente su rostro, dejándole sombras caprichosas en los pómulos. Nerón entrecerró los ojos.

—¿No era que no tenías más?

Ella giró apenas la cabeza hacia él, sin perder esa media sonrisa ladeada.

—¿No era que usted sabía cuándo la gente mentía?

El silencio que siguió fue casi una carcajada contenida. Nerón bajó la mirada, exhaló despacio por la nariz y negó con la cabeza.

—Mordí el anzuelo como un principiante.

—No se preocupe —murmuró ella, soplando el humo hacia el cielo —Yo también estoy aprendiendo.

Y volvió a mirar al frente, satisfecha. Como si cada palabra dicha, cada gesto, cada pausa… fueran piezas exactas en un juego que solo ella entendía del todo. Nerón esbozó una sonrisa ladeada, de esas que no se regalan con facilidad, mientras su mirada se detenía en los labios de Cleo por un segundo demasiado prolongado.

—Dicen que si se comparte un cigarrillo… se comparten los secretos.

Cleo giró el rostro hacia él, y el ángulo tenue de la luz dibujó una sombra que le cruzaba la mejilla como una caricia. Tenía los ojos entrecerrados, y en ellos brillaba algo que no era humo.

—Entonces le doy acceso a todos los míos, doctor —susurró, levantando la mano que sostenía el cigarrillo como si le ofreciera algo mucho más íntimo que tabaco encendido —¿Usted me dará los suyos?

Él no respondió de inmediato. Sus dedos, firmes y grandes, tomaron el cigarrillo con deliberada lentitud, rozando los de ella como si fuera inevitable… como si no quisiera evitarlo. Lo sostuvo unos segundos entre los labios, sin apartar los ojos de los suyos. Le dio una calada profunda, como si intentara absorber no solo el humo, sino el significado oculto detrás de esa propuesta velada. Al exhalar, lo hizo por la nariz, despacio, y el humo serpenteó entre ambos como un pacto silencioso. Luego se lo devolvió, tocándola otra vez, apenas, pero con la carga exacta para que el pulso de ella se acelerara.

—No sé si puedas con ellos… —murmuró, con una media sonrisa que no alcanzaba a suavizar la sombra en sus ojos —Pero aquí los tienes.

La brasa volvió a los dedos de Cleo. Ella lo sostuvo sin mirarlo, con la respiración contenida, pero en sus labios se formó una sonrisa que no era de agradecimiento ni de cortesía. Era otra cosa. Algo más oscuro. Más temerario. Y él lo supo, lo sintió. Porque en ese instante, el cigarrillo era lo de menos. Cleo aspiró con lentitud, disfrutando del sabor áspero del cigarro, y soltó el humo en dirección al cielo, como si mandara al universo la pregunta que estaba por hacer.

—¿Por qué no se ha casado aún, doctor?

Él dejó escapar una risa seca, algo entre la ironía y el fastidio. No le miró de inmediato. Solo bajó la vista al cigarro, como si esperara encontrar en las cenizas alguna excusa.

—¿El cigarro no te lo dijo ya?

—Sí —respondió ella, girando apenas el rostro, sin borrar esa sonrisa medio inocente, medio descarada —Pero prefiero escucharlo de usted. El tabaco tiende a mentir.

Nerón giró el rostro hacia ella y la observó unos segundos, ladeando la cabeza con escepticismo. Después dejó escapar una exhalación más cargada de humo que de respuesta.

—Pues tendrás qu esforzarte, si quieres aprender a leer a la gente, debes empezar desde ahora

—Usted tiene novia, ¿cierto?

Nerón no respondió enseguida. Su mirada se perdió un instante en la penumbra del jardín. Luego bajó los ojos, como si repitiera la palabra para sí, tanteando su peso.

—Novia… —dijo en voz baja, casi como una queja —Novia…

La repitió con un deje cansado, resignado. Como si fuera un término deslucido, un contrato que ya no tenía tinta. Cleo lo observó con atención, sin apurarlo. La brasa del cigarrillo temblaba entre sus dedos.

—¿Dije algo que no debía?

—No —respondió él finalmente, alzando la mirada hacia ella —Solo… a veces las palabras se sienten ajenas.

—¿Y esa se le siente ajena?

Hubo algo en su tono... como si llevara años usando ese título sin creer en él. Como si la palabra le pesara más de lo que admitía. Cleo le devolvió el cigarro, y al rozar sus dedos, le sostuvo la mirada con una ceja alzada.

—Sí. Novia. Así le llaman.

—Entonces no se ha casado por ella.

Nerón tomó la última calada sin responder. El humo escapó de su boca como un suspiro contenido. Luego apagó el cigarro contra el banco y murmuró, sin mirarla:

—Supongo que no.

La frase quedó flotando entre ambos. No había confesión. No había promesas. Pero la grieta en su fachada... se había abierto un poco más. Y Cleo lo sabía. Él no siguió. Solo esbozó una sonrisa leve, sin alegría, sin defensa. Era la expresión de alguien que se había acostumbrado a lo que no deseaba y lo llevaba con la corrección de quien no se permite desear otra cosa. Ella no insistió. No era necesario. Esa noche no hacía falta desnudar verdades. Solo rozarlas, fumarlas, compartirlas como si fueran un secreto más entre dos bocas que todavía no se habían tocado. Nerón volvió a tomar el cigarrillo que ella le tendía y lo sostuvo entre los dedos como si cargara algo más que nicotina.

—¿Y tú? —preguntó de pronto, girando el rostro hacia ella —¿Tienes novio?

Cleo lo miró un segundo, con esa calma insolente que lo sacaba de su eje.

—No —respondió con simpleza. Él entrecerró los ojos, apenas. Una sombra cruzó por su expresión, pero no dijo nada. Cleo sonrió y añadió, con una naturalidad que descolocaba —Pero no por falta de ofertas, si eso lo deja más tranquilo. —Nerón no reaccionó. Solo la observaba, como si tratara de decidir si esa conversación era una provocación o una amenaza. Ella dio otra calada y luego dijo, con el tono más liviano del mundo —Digamos que mi carrera en este momento es más importante, y los chicos de hoy son poco serios.

Lo dijo sin parpadear, como quien lanza un anzuelo y se sienta a esperar. Nerón no se rió. Tampoco se escandalizó. Pero el brillo en su mirada se volvió más filoso. El cigarrillo se consumía entre sus dedos, y él ni siquiera se daba cuenta.

—Eres muy ambiciosa, eso está muy bien —dijo finalmente, sin mirarla esta vez —No necesitas un hombre a tu lado que te opaque. El problema contigo… es que sabes demasiado bien cuánto vales. Y eso, Cleo, asusta.

Cleo ladeó la cabeza, con una sonrisa ladeada.

—¿Lo dice en serio? —preguntó, con voz baja pero clara —¿De verdad cree eso de mí?

Nerón giró apenas el rostro hacia ella, aún sin borrar del todo la sombra que le cruzaba la mirada.

—Sí —respondió, con una seguridad tranquila

—Igual no sé cuanto tiempo más podré estudiar, doctor —Cleo soltó sin perder la mirada fija en él. —Le dije que no podía dormir, ¿recuerda? —hizo una pausa para dejar escapar un largo suspiro —Hace unas pocas horas, me enteré que mi beca caduca a fin del semestre y, aparentemente, no tengo muchas posibilidades de conseguir otra, al menos no una completa como ahora. Y me es imposible pagar, ni siquiera un poco, y la verdad eso me tiene un poco ansiosa.

—No te preocupes —replicó él, alzándose de golpe —Estuve viendo tus calificaciones y eres brillante, la Universidad sería una tonta si dejara ir a una estudiante así

—Pues tendrá que decirselo al Becario, parece muy entuciasmado con la idea de dehacerse de mi

—Hablaré con él, de todas formas no puedo prometerte nada, creo que yo tampoco le caigo muy bien.

Ambos rieron, y por primera vez, la risa no rompió la tensión... la potenció. Nerón se incorporó por completo, se sacudió la chaqueta y esta vez sí se alejó. No dijo nada más. No miró atrás. Pero el humo del cigarrillo compartido aún flotaba entre ellos, como una promesa no formulada.

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