Miranda había estado pensando detenidamente en lo que su amiga le había propuesto. Vera tenía razón: no podía quedarse sola, encerrada en esas cuatro paredes. Si lo hacía, lo único que iba a lograr era volverse prisionera de su propia mente, de los problemas, de los inconvenientes y de todo el desastre mediático y emocional que estaba sucediendo en su vida. La inacción era el alimento de la depresión, y ella tenía una razón poderosa creciendo en su vientre para no dejarse vencer.
—Tengo que hacerlo —se dijo a sí misma.
Qué mejor manera de combatir la angustia que salir a respirar aire fresco, hacer algo diferente ese día para poder ocupar su mente en lo que verdaderamente era importante: su salud y su futuro. Por esa razón, la mujer sabía que tendría que poner de su parte. Se levantó del sofá y fue a la habitación de huéspedes donde Vera había dejado su maleta. Sacó algo de ropa cómoda, tratando de no pensar demasiado. Se acomodó, se arregló un poco el cabello y se miró al espejo.