A la mañana siguiente, Miranda se levantó en la casa de su amiga. Vera ya estaba despierta y se movía por el apartamento, brindándole un apoyo silencioso pero firme. Le había preparado un desayuno y se sentó con ella durante un largo rato, ayudándola a sentirse un poco mejor, aunque el dolor de la traición era una herida abierta.
—Los huevos revueltos están deliciosos —la animó Vera, intentando que Miranda se concentrara en algo mundano.
—Es cierto, gracias Vera —respondió Miranda, logrando comer un poco más de lo que había podido la noche anterior.
—No hay de qué —dijo su amiga, ofreciéndole una taza de café—. ¿Qué dices de salir y dar una vuelta? Necesitas aire fresco, Miranda, no puedes quedarte encerrada.
Miranda frunció el ceño, el miedo volviendo a sus ojos verdes.
—¿Crees que sea correcto? La prensa podría...
—La prensa no sabrá que eres tú con un poco de ingenio —la interrumpió Vera, con una pequeña sonrisa—. Podrías incluso cubrir tu cara, usar un gorro, gafas oscuras. Pero n