Alec se quedó atónito, con la mirada clavada en la tableta como si el dispositivo fuera un objeto radiactivo. Su corazón palpitaba con una fuerza desmedida, golpeando contra sus costillas con un ritmo doloroso y errático.
—No... esto no puede ser —masculló, negando con la cabeza frenéticamente.
No podía creer que algo así se estuviera hablando. No podía ser cierto. La mente humana tiene límites para el horror que puede procesar, y la idea de que su madre, Elizabeth, hubiera robado a su propio nieto para fingir su muerte y dárselo a una amante, superaba cualquier guion de pesadilla.
Alec estaba realmente extrañado, lleno de una sorpresa que rápidamente mutó en una ira incandescente. Por supuesto que no lo podía manejar; todo eso que estaba pasando era algo que lo dejaba desconcertado, rompiendo los esquemas de su realidad.
Su respiración se estaba volviendo bastante fuerte, pesada y sonora; respiraba como un búfalo herido. Comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, sintiénd