Capítulo noventa y siete. El Reino Helado.
Las primeras luces del amanecer apenas tocaban las torres del castillo cuando partieron.
El viento del norte traía consigo una quietud inusual, como si incluso el aire estuviese conteniendo la respiración ante lo que se avecinaba. Rowan caminaba al frente, con una determinación en los ojos que parecía más antigua que su propia alma. A su lado, Lyra sostenía a Liam, envuelto en mantas gruesas, dormido, con la respiración calmada. No había vuelto a hablar con aquella voz extraña, pero la Marca seguía impresa en su pecho, apenas visible, como un tatuaje dormido que amenazaba con abrir los ojos.
Solene y Ewan cerraban la formación, intercambiando miradas que decían más que cualquier palabra. Desde la noche del conjuro, algo entre ellos había cambiado. Ya no eran solo aliados. Se movían como si sus energías hubieran empezado a entrelazarse en silencio.
Kael, aún débil pero firme, insistió en acompañarlos. Apoyado en un bastón, con la espalda recta