Capítulo ciento once. El peón de alguien.
Los primeros rayos del sol apenas acariciaban las torres del castillo cuando Rowan descendió por el pasillo central, con paso firme y mirada alerta. La noche con Lyra lo había fortalecido, como si su cuerpo y alma hubiesen despertado de un largo letargo. Pero ahora, cada fibra de su ser volvía a vibrar con la urgencia del deber.
Lo esperaban en la sala de estrategia. Ewan y Solene ya estaban allí, rodeados de documentos, mapas y un aire cargado de tensión.
—Tenemos algo —dijo Ewan sin preámbulos—. Un pasadizo antiguo, cerrado desde la época de tu abuelo. Fue reabierto desde dentro. Lo confirmamos con los registros mágicos del umbral.
—¿Dónde conduce? —preguntó Rowan, acercándose.
—Bajo la torre sur. Muy cerca de los calabozos —explicó Solene—. Lo que nos lleva a Kael.
El nombre de su hermano encendió un relámpago en los ojos de Rowan. Aún no se había permitido pensar con claridad en él. No después de todo lo que implicaba: traición, locura, o