Capítulo noventa y seis. La Marca y el Trono
El altar ya no era un altar. Era una grieta. Una herida abierta en la tierra. Desde sus entrañas, una silueta emergía lentamente, como si la oscuridad misma estuviese dando a luz a un ser olvidado por la historia.
Rowan retrocedió un paso, protegiendo instintivamente a Morgana con el cuerpo, aunque sabía que de poco serviría si lo que presentía era real. Las piedras temblaban. La magia crepitaba en el aire con un zumbido casi insoportable. Elayne no decía nada. Observaba la escena con una mezcla de orgullo y fanatismo.
—Kael, ¡despierta! —gritó Rowan, desesperado, sacudiendo las cadenas que aún lo mantenían suspendido.
—Demasiado tarde —murmuró Elayne—. Ya ha sido invocado.
Del altar emergió una figura envuelta en sombras, su rostro cubierto por una máscara de hueso. No tenía ojos, pero aún así miraba. Y cuando su mirada cayó sobre Rowan, el Alfa sintió el frío de la muerte deslizarse por su columna.
—¿Quién eres? —rugió Rowan.
La figura se