—¿Y qué se supone que hagamos entonces? —pregunto, mi voz ronca, áspera, quebrada por dentro.
No estoy gritándole, pero lo que siento por dentro es una tormenta. Siento el alma encendida en llamas y los cimientos de todo lo que pensé que podía controlar… cayéndose a pedazos.
Arielle me mira. Y en sus ojos hay algo que me destruye. No es odio. No es rabia. Es peor. Es dolor. Un dolor tan profundo que parece no tener fondo. Y que soy consciente de que yo mismo he ocasionado.
Ella baja la mirada, sus pestañas tiemblan un segundo. Luego, respira hondo, como si cada palabra que va a decir le doliera más de lo que le duele decirme adiós.
—Voy a irme a vivir con Daniel —dice finalmente.
El nombre me golpea. Me parte. Lo pronuncia como una condena. Seca. Fría. Decidida.
Siento que algo se revienta dentro de mi pecho, pero no hago un solo gesto. Solo la miro. Porque necesito que me lo repita. Necesito escuchar que no es cierto.
Pero ella me da el golpe final.
—Terminaré de empacar mis