El sol entraba tibio por los ventanales de la mansión Aslan, filtrándose entre las cortinas como una caricia. Era una mañana sin sobresaltos, sin audiencias ni titulares, solo el murmullo de una casa que volvía a ser hogar. En la cocina, Ayla preparaba café mientras Halil hojeaba el periódico sin buscar escándalos. Zeynep revisaba correos en su despacho, y Nehir caminaba descalza por el pasillo, con una libreta en la mano y una sonrisa que no necesitaba esconderse.
Mirza la alcanzó en la galería, con una taza de té y una mirada que hablaba de calma.
—¿Dormiste bien? —preguntó él, rozando su brazo.
—Como si el mundo no estuviera esperando que lo arreglemos —respondió ella, y se apoyó en su pecho.
—Tal vez hoy no lo arreglamos. Tal vez hoy solo lo habitamos.
Se quedaron así unos minutos, sin hablar, escuchando el canto lejano de los pájaros y el crujido de las hojas. Era la primera vez en meses que no tenían que correr.
En la sala de juntas, Zeynep organizaba los informes finales de la