La luz entraba despacio por los ventanales, como si supiera que no debía interrumpir. En la habitación principal de la mansión Aslan, las cortinas se movían apenas con la brisa, y el aire olía a jazmín y a café recién hecho. Nehir despertó con el cuerpo envuelto en una tibieza que no venía solo de las sábanas. A su lado, Mirza dormía aún, con el rostro relajado, la respiración profunda, una mano extendida hacia ella como si incluso en sueños supiera que estaba cerca.
Ella se giró despacio, sin romper el silencio, y lo observó. Había algo distinto en él esa mañana: una paz que no se parecía a la que seguía a una victoria legal, ni a la que se alcanza tras una negociación exitosa. Era otra cosa. Más íntima. Más suya.
La noche anterior no había sido planeada. No hubo velas ni discursos. Solo dos cuerpos que se buscaron después de una jornada larga, dos miradas que se encontraron en la cocina mientras todos dormían, dos manos que se tocaron con la urgencia de quien ya no necesita palabras