La mañana amaneció con lluvia fina que limpiaba las fachadas y dejaba la ciudad oliendo a tierra mojada. En la mansión Aslan, ese ruido era música: la cochera crujía con el movimiento de una furgoneta que traía suministros para la clínica; en la cocina, Ayla preparaba un guiso con la calma de quien vuelve a lo suyo; en la biblioteca, Halil cerraba los últimos expedientes con el gesto íntegro de quien ha velado por justicia. El proceso judicial se acercaba a su clausura técnica: audiencias de confirmación, sentencias ejecutables, un calendario de reformas públicas que debía votarse en las próximas semanas.
Mirza y Nehir caminaron por el pasillo principal con las manos enlazadas como si no quisieran volver a soltarse. Había en su paso la ligereza de dos que han sobrevivido juntos.
—¿Crees que podremos tener el tiempo para respirar antes de la inauguración? —preguntó ella sin quitarle la vista.
—Sí —respondió él—. Si los trámites marchan como prevemos, dedicaremos una semana completa a c