El aire que antes parecía elegante ahora olía a traición. Ninguna esquina se sentía segura. Ni el mármol pulido, ni el café recién hecho, ni las paredes forradas en telas finas.
Nehir se despertó a las 5:34 a. m., sin necesidad del reloj. Llevaba noches sin dormir realmente. Se incorporó con movimientos calculados, como una espía en su propia vida. No se permitió contemplaciones frente al espejo. Se recogió el cabello, vistió el traje negro más sobrio que tenía, ese con los botones que jamás fallaban cuando necesitaba parecer invencible. Se colocó su labial como si fuera una declaración de guerra. Y salió.
En el pasillo, la casa dormía. O fingía hacerlo. Cada puerta cerrada era una incógnita. Y cada paso suyo, un recordatorio de que aquí nadie soñaba ya: todos se preparaban para sobrevivir.
Entró a la cocina. No esperó a que Şirin le ofreciera café.
—Corto. Sin azúcar. Y tráeme el correo.
—Señora… hoy llegó solo esto —dijo la joven, temblorosa, entregándole un sobre gris, anó