La noche ya no era negra.
Era roja.
La mansión Aslan estaba en silencio, pero no de paz. Era ese tipo de silencio que se escucha antes de los disparos, cuando incluso el mármol parece contener el aliento. Nehir se encontraba en el despacho, junto al ventanal abierto, con una carpeta de pruebas sobre su regazo. Mirza estaba al otro extremo, hablando en tono bajo con Cemil por línea privada.
Y entonces sonó.
Un teléfono que no estaba registrado.
Un móvil que solo Nehir conocía. Una línea que había guardado desde sus años más duros como jueza, cuando las amenazas llegaban bajo códigos y silencios.
Sonó una vez.
Dos.
Ella lo tomó. Dudosa. Sus dedos se cerraron lentamente sobre el dispositivo.
Contestó.
—¿Quién habla?
El silencio duró menos de dos segundos.
Y entonces, una voz distorsionada:
—Karaman. ¿Estás lista para perderlo todo?
Nehir se irguió, clavando los ojos en el espacio vacío frente a ella.
—¿Quién eres?
—Soy la sombra que dejaron tus sentencias. El costo que no pagaste. La his