El silencio que quedó en la mansión Aslan tras la salida de Leyla no fue el tipo de calma que se agradece. Fue el tipo que aprieta el pecho, como si los muros supieran que acababa de cruzarse un umbral invisible. Nadie se movía. Nadie respiraba del todo. La tensión aún no se iba, solo había cambiado de forma.
Eylül estaba en el suelo, temblando, con los brazos rodeando las rodillas. Nehir la sostenía sin decir palabra, pero sus ojos estaban clavados en el portón cerrado como si esperara que Leyla regresara para terminar lo que había empezado. Mirza, desde las escaleras, tenía los puños cerrados. Su mandíbula endurecida no revelaba mucho, pero sus ojos… sus ojos ardían.
—¿Quién autorizó su entrada? —preguntó de pronto.
Zeynep, que había permanecido inmóvil cerca del salón, respondió:
—Nadie. Şirin pensó que Eylül estaba sola. Leyla esperó justo fuera del alcance de las cámaras. Fue deliberado.
—Entonces quiero que dupliquen la seguridad —ordenó Mirza. Su voz ya no era grave, era v