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CAPITULO 4: La sangre y el recuerdo

El almacén portuario era un ecosistema de cajas apiladas, sombras viscosas y el olor salobre del mar mezclado con el hedor acre de la sangre. Un foco solitario, colgado precariamente de una viga, iluminaba la escena central: un hombre, vestido con el uniforme de seguridad de bajo nivel de Costa Norte, estaba arrodillado. Sus manos estaban atadas a la espalda y su rostro, ya magullado, se hundía en el polvo.

Frente a él, con la inmovilidad letal de un depredador, estaba Matteo Veira, El Vieri.

La traición era el cáncer silencioso del clan, y Matteo había demostrado que no dudaría en extirparlo sin anestesia. Este hombre había vendido información sobre una de las rutas de contrabando, y el precio por esa debilidad era la exhibición pública de su castigo.

Matteo no hablaba. Dejó que el silencio y su presencia hicieran el trabajo. La docena de hombres del clan que lo rodeaban se mantenían a una distancia respetuosa, sintiendo el aura helada que emanaba de su jefe.

Finalmente, Matteo se movió. No era un movimiento rápido o impulsivo, sino una descarga de fuerza medida. Su pie, enfundado en un lustroso zapato de cuero, golpeó el costado del traidor con precisión brutal. El hombre gimió, el sonido amortiguado por el pavimento.

Matteo (El Vieri): (Su voz era tranquila, baja, lo que la hacía infinitamente más aterradora.) "¿Por qué? ¿Por qué la necesidad de ser débil? ¿Creíste que el dinero valía más que tu juramento? ¿Que un hombre de Veira podía permitirse el lujo de la deslealtad?"

El hombre intentó balbucear una súplica, pero Matteo se inclinó, tomando su rostro sucio entre sus dedos con una fuerza que prometía romperle la mandíbula.

Matteo (El Vieri): "Mírame. ¿Ves algún signo de perdón en mis ojos? ¿Ves alguna debilidad que te incite a suplicar?"

Y al mirar el rostro del traidor, hinchado y vulnerable, algo se resquebrajó dentro de Matteo.

De repente, no era el rostro de ese hombre. Era el rostro de Elena. Ella estaba en pánico, acorralada en su despacho. Sus ojos, llenos de terror, no suplicaban perdón, sino piedad. Él se acercó a ella, invadiendo su espacio, sintiendo el aire caliente de su pánico. Ella se encogió, y él recordó la sensación de poder que tuvo en ese momento, un poder que había usado para destrozarla. "¿Ves algún signo de perdón en mis ojos?", le había preguntado de otra manera. Y ella, como este hombre, había temblado.

Matteo recordó el sabor amargo de la soledad después de la ruptura, el dolor físico que lo había impulsado a ser un monstruo para no volver a sentir la humillación de ser "demasiado dulce". Fue ella quien le enseñó que la vulnerabilidad era una invitación a la muerte.

Matteo se enderezó de golpe, la visión de Elena desapareciendo tan rápido como el parpadeo de una luz. La rabia que lo inundó ahora no era por la traición del hombre, sino por el recuerdo que había provocado. El Vieri no permitía la debilidad. Ni en sus hombres, ni en su memoria.

Matteo (El Vieri): (Su voz se endureció, más fría que el metal.) "La traición es una enfermedad que se cura con la muerte. Y la debilidad es la raíz de esa enfermedad. Nunca permitas que nadie te vea roto por dentro."

Le dio una patada final y devastadora al hombre. Se dirigió a uno de sus guardias con una orden seca.

Matteo (El Vieri): "Tráiganlo."

No se refería al traidor. Se refería a un elemento esencial de la autoridad de Matteo, el que cimentaba su fama de implacable: Némesis.

Unos minutos después, el enorme tigre blanco de Bengala de Matteo, Némesis, entró en el almacén. Su pelaje resplandecía bajo la luz sucia, sus movimientos eran fluidos y letales. El animal era la encarnación de la propia fuerza de Matteo, una bestia pura que no conocía la piedad ni la traición.

Los hombres del clan se hicieron a un lado por instinto de supervivencia. Némesis se acercó al hombre arrodillado y gimiendo. El animal no dudó. El grito del traidor fue breve y horrible.

Matteo observaba la escena, manteniendo una expresión de piedra. La sangre salpicó el suelo. Némesis comenzó su festín. Era un ritual de poder y un recordatorio para todos los que servían en Costa Norte.

Mientras la bestia se alimentaba, Matteo se acercó lentamente. Se agachó, no hacia el traidor, sino hacia su tigre.

El contraste era violento: el jefe de la mafia, manchado por la sombra de la violencia, acariciando suavemente la enorme cabeza del tigre mientras este aún estaba ocupado en su tarea sangrienta.

Matteo (El Vieri): (Su voz era de nuevo baja, pero esta vez con un tono de afecto possessivo, un susurro que solo el tigre podía oír.) "Cierto que tú no comes porquerías, ¿verdad? Eres puro, Némesis. No conoces el significado de la mentira o la debilidad."

Acarició la seda del pelaje blanco, el único contacto físico que parecía tolerar y el único ser que parecía provocarle una emoción cercana a la ternura. Era un momento íntimo y aterrador.

Se puso de pie, su mirada recorriendo a sus hombres, que ahora entendían la lección.

Matteo (El Vieri): "Limpien esto. Y que todos en la Costa Norte entiendan: La lealtad es la armadura. La debilidad, sea por dinero, miedo o por cualquier otra cosa, es la muerte. No hay excepciones."

Matteo salió del almacén sin mirar atrás, dejando a sus hombres con la tarea de borrar la evidencia de la traición y el recuerdo de Elena. El "Vieri" había ganado la batalla, pero el recuerdo de la mujer que lo destruyó seguía siendo la única astilla de su antiguo ser que no había logrado extirpar. Pero ya apareció quien dice que no no podrá.

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